sábado, 5 de noviembre de 2011

XXVII CERTAMEN INTERNACIONAL DE CUENTO BARCAROLA - BARCAROLA

Todos los días, Giovanni sale de su casa en la calle Traghetto y se dirige hacia el canal donde tiene amarrada su góndola, mientras el tañido de  la campana llamada “marangona” del Campanile llena las estrechas calles empedradas del casco viejo.


Suena al inicio y al final de la jornada laboral y toda Venecia se rige con las diferentes campanas.
La miseria invade la ciudad de los canales, la basura se acumula en las calles, en el agua y las ratas, grandes como gatos se han adueñado de la otrora ciudad más poderosa del Mediterráneo.
Venessianos  de todas las edades, viejos y niños deambulan por las callejas y las orillas de los canales buscando algo que llevarse a la boca, las enfermedades, plagas y peleas llenan de cadáveres el agua, cerrando el ciclo de muerte que envuelve la ciudad.

Giovanni no se queja, tiene la góndola de su padre y aunque está solo en la vida y el trabajo de transportar  a los vecinos de un lado a otro de los canales escasea,  no le falta techo y comida.
Estamos en 1760 y las grandes potencias europeas, España a la cabeza, presiona a Clemente XIII  para que expulse a los jesuitas. Amenazan con invadir Venecia y de hecho han conquistado terrenos propios del Papa.
Tiene su góndola en los bajos de una casucha en un canal pequeñito y todos los días antes de salir la pule con un paño, hasta que se puede mirar en el color negro lacado de la superficie. Es negra porque tiene que recordar la peste que azotó Venecia en 1562.
Con un poco de grasa también le da al contrafuerte de la proa  para que brille.

La forcola de madera de nogal es estilizada y sinuosa con diferentes recovecos por donde se desliza el remo para las diferentes maniobras de la navegación y se sitúa en la popa.
Recuerda a Jacopo, su padre, cuando trajo a casa el cuarto de tronco de nogal, lo contento que venía, lo colocó en medio de la habitación que servía de dormitorio y de cocina y le dijo, revolviéndole el pelo, este será el sardinel de nuestra góndola.
Durante dos años estuvo desbastando con el cincel y con la gubia, dando una forma a la madera que cuando yo lo veía, parecía que estuviera acariciando a una mujer.
Coloca los cojines en la cabina, abre el portón y ayudándose en las paredes comienza a salir agachándose para no darse. El día está muy frío, hay una niebla que no deja ver a veinte metros, las miles de góndolas que pululan por los canales provocarán accidentes, que muchas veces se cobran vidas, pues el agua está helada y el pueblo no sabe nadar.

Mientras avanza lentamente, observa el contorno asimétrico de la embarcación, para facilitar la propulsión con un solo remo y como el remache de proa cabecea y sirve como contrapeso a su cuerpo.
Los diferentes puntos de apoyo al remo en la forcola le permite un remado lento o avance o giro o freno y también para ciar.
Al salir al canalizzo o gran canal gira hacia la derecha y tiene que usar su musculatura para avanzar entre el oleaje y a pesar del frío empieza a sudar debajo de sus ropajes, debe de llegar cuanto antes a su zona, los alrededores del ponte Rialto.

Se escora a la izquierda para cruzar el ponte dell’Accademia y prosigue a duras penas, sorteando el oleaje y las otras embarcaciones que amenazan chocar con él.
Está a punto de ser abordado por una gran barcaza del Dogo de Venecia, su excelencia, Don Francesco Loredan y tiene que pararse en el muelle de la casa de San Barnabá.
Oye risas y mira hacia lo alto del palacio de mármol y ve a una joven de pelo rizado, con ropajes de ricas telas y brocados, que junto a unas criadas están asomadas a la balconada y hacen muecas y aspavientos.
Giovanni queda prendado de la doncella y avergonzado con la maniobra que ha hecho, acelera con el remo y mientras se aleja sigue oyendo las risas del grupo.

Por su parte Francesca desde el balcón lo ve alejarse y se queda pensando en lo guapo que es el gondolero y en lo fuerte que parece.
Al llegar al ponte de Rialto, amarra en su parada a la espera de clientes y en el muelle están los otros gondoleros, entre ellos, su amigo Nicoló al que le cuenta su aventura con el Dogo y con la dama de ca’San Barnabá.
Nicoló le dice que si es joven y con rizos es Francesca de 16 años e hija de un banquero muy rico de la familia de los Rezzónicos que son los que han comprado ese palacio y que su tío es el  Papa Clemente XIII.
“Menudas fiestas hicieron hace dos años, cuando nombraron Papa a Carlo Rezzónico, que era obispo de Padua”, comenta Nicoló.
Todos los días y a la misma hora Giovanni pasaba por debajo de la balconada, miraba hacia arriba y casi siempre y si el tiempo se lo permitía, estaba ella. Ya no se reía, le saludaba y su cara le transmitía algo, que él quería que fuera amor.
Durante este tiempo era feliz y se levantaba con una energía y con la esperanza de volver a verla. Cantaba muy bien, por lo menos eso decían los pasajeros que transportaba de una orilla a otra.

Estaba de moda en 1760 un tipo de canción popular de los gondoleros que cantaban mientras remaban, que se llamaba “Barcarola”. Suelen ser canciones románticas con un ritmo que recuerda al remar del gondolero, casi siempre un tempo moderato en compás de 6/8 y que si se presta  atención, se escucha el ruido del  remo en el agua.
Giovanni dedicó una barcarola a su amada y estaba todo el día cantándola, ya en casa como en la góndola.
El primer día que se la cantó, un sol que reverberaba en las aguas y en el pelo de ella, hizo que posicionando el remo en la forcola en la posición de lento, iniciara su cántico mirándola a los ojos:

                              Francesca, la tua risata e la tua rizzi
              Leri ho prujeron dolore
              Oggi, quando passo dal canalizzo
              Solo sente un gran amore”.
Al pasar y volverse, su amada le tiró un beso con la mano.
Su amigo Nicoló le decía que su amor era imposible, que era rica, que era un capricho, pero él decía que no, que era correspondido.
Un día brumoso de enero de 1761, al acercarse al pontón del palacio, la vio, estaba al pie de la escalerilla sola y haciendo gestos con la mano enguantada.
Se acercó y le pidió que la llevara a la iglesia de San Francesco della Vigna. Se sentó en la cabina  frente a él y dijo, canta por favor.

Cantó como nunca y unas lágrimas rodaron por su cara mientras ciaba. Se presentaron, hablaron de sus familias, de sus sentimientos y de que su tío el Papa no consentiría esta relación.
Bogó hacia un canal estrecho que él conocía, sin salida, los muros casi se tocaban en lo alto y carecían de ventanucos y amarró la góndola en un poste y se sentó con ella en la cabina. Se dieron la mano, se dijeron cosas al oído, ella percibió el olor a mar de él  y él a su vez su perfume de rosas. Se besaron y quedaron para otros días, siempre de la misma forma.
Nicoló, le decía que estaba loco, que qué tenía esa joven para querer destruir su futuro y que estaba perdiendo el tiempo.

Francesca, un día lo introdujo en el palacio y le enseñó el salón de baile que ocupaba toda la fachada y que tenía pintado en el techo “la alegoría nupcial” de Tiépolo. El asombro no le dejaba decir nada y salió acordándose de las palabras de su amigo.

El Martes de Carnaval quedaron en la piazza de San Marcos, después de la fiesta de las Marías y ella acudió con sus criadas con una máscara blanca con plumas, la maschera nobile.

Se le acercó un Pulcinella o Polichinela, todo de blanco, con un gorro puntiagudo, una máscara con nariz prominente y un garrote. Con voz nasal y acercándose a su oído la dijo –“Francesca, soy Giovanni, vamos a una casa que conozco, que tienen baile y lo pasaremos bien”.
Dejó a sus criadas, quedando en una hora y se adentraron en las callejas estrechas, cruzándose con cientos de máscaras y ropajes de seda negro. Entraron por un portón todo desconchado y nada más pasar, el polichinela cerró la puerta con llave.

La habitación estaba débilmente iluminada con velas y no había nadie. Francesca se asustó y él comenzó a manosearla y a querer quitarla la ropa. Se defendió y empezó a darle golpes en el pecho y consiguió arrancarle la máscara y vio con horror que no era quien creía, Giovanni.
De un garrotazo la dejo inerme, la echó en un jergón, abusó de ella y después con el palo la destrozó la cara para que nunca le reconociera, pero ya estaba muerta cuando la tiró al canal más cercano. Nicoló se quitó el traje de polichinela manchado de sangre y lo arrojó en otro canal y se fue a su casa.

Mientras, Giovanni en la piazza daba vueltas y más vueltas, chocando con otras máscaras y preguntando una y otra vez  a las criadas que conocía, del paradero de su señora. Le dijeron que se había ido con un polichinela de la mano y que volvería en una hora.
La noche avanzaba y en la piazza ya no quedaba casi nadie, empezó a llover y una niebla subía de los canales, Giovanni se dejó caer en la pared del palacio Ducal y entonces del Campanile, el tañido de una campana pequeña ( il maléfico) hizo que estallara en sollozos, tocaban a muerto.

                      
                          


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, prometía un amor difícil, pero el desenlace me ha sorprendido.
    Como conozco Venecia me encanta la descripción de todo.

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  2. Maravillosa historia de amor, el final una pasada... de nuevo, me veo obligada a darte mi enhorabuena. Tienes una capacidad de transmitir sentimientos fuertes e intensos que pocos lo hacen.

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