lunes, 2 de enero de 2012

V PREMIO DE RELATO CORTO "VILLA DE MASCARAQUE" - LAS DESGRACIAS NO VIENEN SOLAS.


Toledo, agosto de 1522, puerta de la cárcel del Alcázar.
Se abre el portón de madera y salen dos hombres con las ropas hecha jirones y muy demacrados y se ponen a caminar cuesta abajo hacia el centro de la villa.

Iñigo y Alfonso son dos soldados de las milicias toledanas que participaron en el levantamiento de las Comunidades y que han estado presos durante varios meses en las celdas del Alcázar.
Se sientan en una fuente pública, se refrescan del calor sofocante que hace y hablan de su futuro inmediato. Iñigo tiene 25 años, pero aparenta muchos más, le faltan seis dientes de delante, cuatro por que se le aflojaron por el escorbuto y dos por un codazo del carcelero, además tiene piojos y grandes calvas por la falta de limpieza.
 Tiene chinches y ladillas y una gonorrea de una visita a una mancebía de Segovia y camina cojeando de una pierna por una fractura mal soldada.
Alfonso, de edad parecida padece de los mismos problemas que su compañero de presidio además de tener un ojo seco por una pedrada.
Están muy enfadados con su señora María Pacheco, que ha huido de Toledo hace unos meses abandonándolos a su suerte, después de haber sido ellos los que entraron con ella en el Sagrario de la Catedral de rodillas y tomar toda la plata y joyas que encontraron.
Nadie les da trabajo y tienen que malvivir de la mendicidad y de la compasión de las órdenes religiosas.
Son golpeados por un grupo de mendigos de la Catedral que se han sentido amenazados en su lugar de trabajo y los abandonan en el río, debajo del puente de Azarquiel.
Los encuentran unas lavanderas del próximo Hospital de Tavera y son llevados allí para ser curados.

Son tratados por la beneficencia y estando ingresados se enteran que María Pacheco está viviendo en Portugal de la caridad de un obispo por lo que sospechan que los tesoros que se llevó, los ha escondido en algún lugar en su huida.

Juan Padilla el marido de María había muerto en Villalar en 1521 por la revuelta de los Comuneros y tenía su castillo en el pueblo de Mascaraque y al estar en el camino, deciden investigar en cuanto estén en condiciones de salud.

Llegan a Almonacid y se enteran que María Pacheco pasó por el pueblo camino de Mascaraque enfadada por no ser asilada por su tío el marqués de Villena de la población cercana de Escalona.
En una taberna del pueblo oyen como hay diferentes pasadizos entre Mora, Mascaraque y el mismo Almonacid, pero que se desconoce su ubicación exacta y su uso.
Deciden viajar a Mascaraque , salen por el camino y entre el calor que hace, cerca de 40 grados a la sombra y lo quebrados que van, cada poco rato necesitan parar para descansar. Se les echa la noche encima y al empezar a refrescar se acuestan en un prado cerca de un arroyo.

A media noche una manada de jabalíes los despiertan y van tan deprisa que no les da tiempo a ponerse a salvo, los arrollan y hieren con esas navajas tan afiladas de sus caninos inferiores y los remolones superiores, quedando maltrechos, sangrando por las numerosas escoriaciones y sin saber casi lo que les ha pasado.
Al amanecer y con la fresca retoman el camino, llegando a Mascaraque al mediodía, los aldeanos al verlos venir en tan malas condiciones y confundiéndolos con unos ladrones que ya habían robado en el pueblo tiempo atrás, tocaron la campana a rebato y acudieron en masa con los aperos de labranza como armas y los molieron a palos dejándolos en el camino por muertos.
Cuando los vecinos se volvieron al pueblo, consiguieron meterse en una paridera de ovejas abandonada y durante una semana estuvieron lamiéndose las heridas y comiendo bayas y tubérculos y sin asomar los morros.

Iñigo y Alfonso notan que además de la población flotante que llevan encima, tienen que añadir las garrapatas que se han unido a la fiesta. En estos últimos encuentros con los cerdos y vecinos salvajes han perdido los pocos dientes que les quedaban y con la tiritera por las fiebres ya casi no se entienden, pues más que hablar, farfullan.
Los membrillos verdes que comieron ayer, han empezado su efecto laxante o quizás la panzada de tunos maduros tan ricos que eso sí, les dejaron las manos llenitas de espinas muy finas llamadas pelusas o penepes.
Es difícil aguantar el hedor en la paridera, pero es peor intentar limpiarse, pues las espinas se clavan en todos los sitios conocidos y ocultos  y para unas hierbas que encontraron apropiadas para ello, eran ortigas, por lo que fue peor el remedio que la enfermedad.
Cuando se encontraron algo repuestos y era un decir pues ya tenían que caminar apoyados en palos y arrastrando las piernas,  decidieron ir a la casa-palacio del señor de las tierras Juan de Padilla y marido de la Pacheco, alejada del pueblo y en un alto.

Les llevó unas cuantas horas y para cuando quisieron llegar anochecía. Resoplaban por el calor y los dolores generalizados que sufrían y al llegar comprobaron que los del pueblo habían esquilmado y quemado el castillo. Se dejaron caer resbalando en el lienzo de la muralla norte y quedaron sentados, notando las espinas en el trasero y se echaron a llorar desconsolados.
De pronto Alfonso se puso a gatas, avanzó unos metros y cogió una moneda de plata de entre unas piedras de Carlos I y gritó “ggguuaaaggfdfttt”.
 Se pusieron  como locos a escarbar el terreno, dejándose las uñas en el intento y avanzando muy poco, pero de repente el suelo se abrió a sus pies y cayeron a una especie de pozo profundo sobre urnas de cristal que luego vieron que eran relicarios y copones de Iglesia de plata y oro.
Iñigo blandía una tibia como una espada y gritaba “ftftggtfuuuatt”, cuando se dieron cuenta que no podrían salir de allí sin ayuda, pues la tierra los tenía a ambos enterrados por la cintura y no se podían mover.

Y como no todo podía ser bueno, el cielo se abrió y empezó a descargar una tormenta que inundó en un abrir y cerrar de ojos el pozo, quedando talmente como una torca coquense.
Aún hoy día, si te acercas a las ruinas del castillo de Mascaraque verás el pozo de agua.


1 comentario:

  1. Buen relato. Cuando ganes no tardes en comunicárnoslo. Mucha suerte.

    Besos.

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