martes, 14 de febrero de 2012

CONCURSO DE RELATOS CORTOS PATERNINA 2012 - PREMONICIÓN -

                                                       PREMONICIÓN.


En 1956, en Logroño, el día 21 de septiembre, inicio de la feria de San Mateo, lloviznaba como casi todos los años y un grupo de gente se apresuraba a entrar en la plaza de toros la Manzanera, casi corriendo pues además estaba a punto de empezar la corrida.
Ya dentro, se separaron, Ernest, su mujer Mary y Rupert Belleville piloto de la RAF y se dirigieron a una barrera que tenían reservada por Juanito Quintana y Ordóñez.

Habían venido de incógnito pero enseguida fue reconocido por el público de alrededor y se le ovacionó. Saludó con alegría y cogiendo las botas de vino que les tiraban trasegó con soltura de varias de ellas.

Esa tarde torearon Litri, Ordóñez y Cesar Girón y el que triunfó no fue su amigo.
En el Gran Hotel, esa noche se reunió con su grupo de amigos, comieron,  bebieron vino de rioja y ya en la madrugada, algunas copas de ron Saint James.


Al día siguiente visita a bodegas, aguacero infernal, retraso del empiece de la corrida y vuelta a la fiesta continua de Don Ernest.
Otro día estuvo en las Bodegas Paternina, en las localidades riojanas de Ollauri y de Haro. Disfrutó de sus mayores pasiones: los toros, los amigos, el vino, las mujeres, la fiesta, el peligro de morir en la plaza.....

Todas las pasiones se daban cita en su cerebro y se mezclaban en una vorágine que de vez en cuando salía al exterior en forma de un exceso carnal, visceral y grandioso, como era su personalidad.
Pero lo que voy a contar aquí, lo sé yo y nadie más. Una noche de lluvia, fría y oscura cuando me recogía hacia mi casa después de cerrar el Café Moderno y al pasar por la calle del Laurel me crucé con un gran corpachón, con la cabeza gacha y dando ligeros tumbos y me sonreí al pensar en el nombre que le daban a esta rua, la senda de los elefantes y tal me pareció, pero más que por su andar, por su corpulencia y porque llenaba el ancho de la calle.

Chocamos y reconocí en el acto a Hemingway, el premio Nóbel, pues varias veces le había servido yo su ron preferido, el Saint James en el Café, sitio donde acudía con cierta frecuencia.
Se disculpó, creo y yo le di a entender como buenamente pude que le acompañaba y que le llevaría al café para averiguar con tranquilidad dónde se hospedaba, cosa que desconocía.

Se apoyó en la pared mientras volvía yo a abrir el local y encender las luces y luego pasamos cerrando detrás de nosotros.
Le ofrecí un café pero me dijo que no, con esa sonrisa tan franca que tenía y me pidió un ron de los suyos.
No me pude negar y nos sentamos en una mesa, no quería decirme donde se alojaba y empezó a hablar muy deprisa y  muy exaltado.
Sacó pluma y un cuaderno que llevaba, se puso de pié y empezó a escribir, moviéndose de un lado para otro, iba y venía, hablaba alto, se reía, me miraba.
Yo asistía estupefacto a lo que estaba viendo y no sabía que hacer, pero me daba cuenta que había sido tocado con la varita del hada de la suerte y no quería tampoco deshacer el embrujo del momento.

Me pidió un buen vino y le puse una botella de  Federico Paternina Mauri GR de 1930, que yo sabía que era espectacular, se la abrí y le serví una gran copa, que paladeó con gran placer y retuvo unos instantes en su boca hasta que tragó y entonces su sonrisa iluminó otra vez el local.
Ahora caminaba más deprisa con la copa en la mano izquierda y la pluma en la derecha, se acercaba al cuaderno escribía y se incorporaba otra vez a ese paseo casi enloquecido.
Una de las veces al acercarse al cuaderno golpeó con la copa la columna y se rompió en un gran tintineo y al intentar ayudarse con la otra mano se cortó, brotando la sangre y cayendo todo sobre el cuaderno tinta, sangre y vino que quedó sobre las palabras que todavía conservo.

Le vendé con unas servilletas limpias, avisé a la policía y cuando llegaron, estaba con otra copa de ese vino, se despidió de mí con un fuerte abrazo de oso y desapareció por la puerta,
Me senté  y mirando la mesa con su cuaderno abierto, con las manchas de tinta, sangre y vino me estremecí, estuve en silencio mucho tiempo pues sentí un pálpito de horror y tragedia.
Hoy estamos en 1961 y he leído en la prensa que don Ernest Hemingway ha fallecido en su casa y me ha venido de golpe el recuerdo de aquella noche de 1956 y la imagen de su cuaderno con las tres manchas sobre las letras emborronadas y que definieron toda  su vida “ Tinta, Sangre y Vino “.






1 comentario:

  1. Curioso relato, ¿ es verídico o producto de una mente calenturienta ?.

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