jueves, 19 de abril de 2012

III CONCURSO DE RELATO CORTO " LA MALETA DEL TÍO PACO " - 2012 - ESPAÑA - PENNA SCRIPTORIA

                                                                 PENNA SCRIPTORIA

Cuando recibí una carta fechada en Cuba y el remite de una oficina de abogados no sabía a que se podía deber. Rasgué el sobre, saqué el folio escrito con una pulcritud extrema y un sello del bufete de abogados en el extremo superior derecho y se me comunicaba el fallecimiento de mi abuelo paterno, desconocido para mí.

En sus últimas voluntades, me dejaba una escribanía antigua en plata y si quería adir el testamento, tenía que mandar una escritura notarial.
Con un padre separado desde mi infancia y una madre fallecida hacía ya varios años y una gran curiosidad hice lo que se me pedía y quedé a la espera de recibir el paquete de correos.
Un mes después y con el aviso en la mano, en la oficina me entregaron un bulto enorme que con gran esfuerzo cogí.

Lo desembalé con sumo cuidado y fueron apareciendo los diferentes objetos que componían una preciosa escribanía en plata: Una bandeja o salvilla con una escena en bajorrelieve del Ángel Caído, un tintero, un plumillero con sus plumas de ave afiladas, una salvadera o también llamado arenillero, una campanilla y un cuchillete o abrecartas delgado y largo.

Luego leí en un tomo de la enciclopedia que se usan para los diestros las plumas del ala izquierda de la oca o del ganso o de los cisnes porque así el extremo se separa de la cabeza del que escribe y no molesta gracias a su curvatura.
Lo coloqué en la mesa de despacho y el efecto era impresionante, muy cuidado.
Decidí usarlo y compré tinta negra en una tienda especializada, su composición era infusión de agallas y sulfato de hierro (caparrosa verde).
De papel compré media resma de un gramaje especial y de gran blancura.

Llené el tintero y con la pluma que me pareció mejor conservada la introduje en el líquido negruzco y entonces sentí como ascendía por el cálamo y me transmitía a mi mano como un tremor que me invadió sucesivamente el brazo y luego todo el cuerpo obligándome a apoyarla en el papel.
Yo asistía involuntariamente a los movimientos rápidos y precisos de la pluma que se deslizaban por el papel, escribiendo un texto muy oblicuo y muy denso, que no entendía bien y como mi mano cuando faltaba tinta, se volvía a introducir en el tintero.

Estaba  aterrorizado y así escribí sin querer dos folios. La punta de la pluma rasgueaba sobre el papel produciendo un sonido armónico, mientras fluía la tinta sin emborronarse, ni salpicar.
La letra con la que había escrito no era la mía y firmaba con el nombre de mi abuelo y en el texto me ordenaba la muerte de todas las personas que habían provocado su expulsión de España y su ruina económica.
El primero, mi padre que aunque no se había preocupado mucho de mí, lo quería.

Rompí el papel, lo tiré a la papelera, pero mi mano volvió a coger la pluma y escribió rápidamente lo mismo y en primer lugar el nombre de mi padre. Intenté con la otra mano entorpecer la escritura pero no pude conseguirlo.
Lo guardé en la caja del embalaje y lo puse todo debajo de la cama. Días después llamó mi padre para pasarse por casa y aunque intenté que desistiera no lo logré.
Sonó el timbre un día y yo no quería abrirle, pero el tremor me poseyó y lo recibí en el salón. Le traje la caja y le enseñé lo que me había dejado en el testamento el abuelo y al leer la hoja que yo escribí, reconoció la letra de su padre. Se echó a reír convulsivamente y en ese momento aferré con fuerza el abrecartas y se lo clavé en el ojo izquierdo atravesando nariz y saliendo por el paladar.

Ante la cara de sorpresa que se le quedó, saqué el estilete y se lo metí por el mismo agujero pero en horizontal hacia el cerebro, la sangre me salpicó la cara, cayó sobre el sofá y yo sobre él y mi brazo subía y bajaba sin parar hasta que su cabeza era ya una masa sanguinolenta.
Quedé horrorizado por lo que había hecho, no quería matar más gente y tomé un cuchillo con la mano izquierda, como diestro que soy y con más fuerza en esa mano, me cogió la muñeca  y no pude clavármelo.
Abrí la puerta de la calle y al salir aproveché que la mano derecha iba por detrás para cerrar con fuerza y pillarla con la blindada, grité y dirigiéndome a la cocina deprisa para que no se me pasara el adormecimiento del brazo, lo puse en la madera de trinchar y con un hachón del taco de cuchillos me rebané la mano a nivel de la muñeca. Chillé como nunca lo había hecho, me puse como pude un torniquete y me bebí media botella de coñac.

Entonces me até al muñón la pluma y mojando el cálamo en la sangre de mi padre y de la mía, que asciende por capilaridad, escribo este papel para que nadie sea acusado de lo que aquí ha pasado y que el único culpable he sido yo y la escribanía de mi abuelo.
Cuando lo termine, desanudaré el torniquete y me desangraré hasta morir y esa será la rúbrica del documento, en rojo.
Escribo en plenitud de facultades mentales y solicito que mi cuerpo sea incinerado y como última voluntad, junto a la escribanía de plata.

Que Dios me perdone, porque yo no lo he hecho,

1 comentario:

  1. Aviso. Dejad los cuchillos lejos de Epífisis no vaya a tener otro brote psicótico. Desconfiad de él que tiene cara de buena persona, y ésos, son los más peligrosos.

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