martes, 10 de abril de 2012

XI PREMIO INTERNACIONAL SEXTO CONTINENTE DE RELATOS ERÓTICOS - 2012 - ESPAÑA -SUDOROFILIA Y RINOFILIA

                                                          SUDOROFILIA Y RINOFILIA

¿Qué hago aquí?, ¿Porqué no me puedo mover?. Estoy a oscuras y noto como una mordaza de cuero que me tapa la boca y me impide hablar. Empiezo a despejarme, la mente se va aclarando y recuerdo lo que me ha sucedido hace un rato o quizás ayer o hace un mes, no estoy seguro.

Estamos al principio del verano y el calor ha entrado con ganas, las jóvenes se han despojado de sus camisas y van casi todas con las blusas de tirantes y eso para mí es un suplicio, pues es verlas y tener un deseo irrefrenable de oler, aspirar y si puedo, pasar mi lengua por esa piel expuesta y saborearla.
Iba en el metro al mediodía en la hora punta y el vagón de bote en bote, yo agarrado a la barra horizontal superior y a mí alrededor cinco jovencitas con sus brazos estirados, desnudos y los tirantes del sujetador asomándose por los laterales de los otros tirantes, el olorcillo de diversos matices se mezclaba y yo intentando identificar a cada una con su olor.
 Uno era tirando a cebolla y ese, fijo era de la morena, otro como ácido, de la rubia. Pero de repente entró en mis narinas un olor a almizcle que explotó directamente en mi cerebro. Yo, que soy un experto en olores y especialista en catas, identifiqué enseguida el almizcle con el tipo Tong-king chino, el más valioso y de inmediato noté un pálpito en mi miembro.
Empecé a marearme y en ese momento el metro entró en una zona de curvas pronunciadas y de saltos y traqueteos sobre la vía que hacía que mi cabeza chocara contra sus brazos y aproveché para sacar mi lengua y con discreción probar las pieles de mis compañeras de viaje. Absorbí el sudor de la otra morena más bajita y era supersalado y con olorcillo a jabón infantil. El de la morena alta, que era el que olía a cebolla, era profuso y perlaba la piel con gotitas que llenaban todos los poros sudoríparos que tenía frente a mis ojos.

La piel que olía a almizcle era untuosa al tacto y amarga al gusto. Me trajo la evocación de las mil y una noches que pasé en un prostíbulo de lujo en Estambul durante toda una quincena. En aquel Hammam, desde que entrabas por la puerta eras llevado por dos odaliscas hacia tu habitación, te desnudaban y con grandes toallas te conducían a la zona de los baños, donde pasabas por el cuarto tibio, el caliente, la piscina fría, el masaje y el cuarto de enfriamiento.
 Ya preparado, recibías a las mujeres más perfectas que yo había visto nunca, pero que además exhalaban los aromas a almizcle de las diversas variedades. El Tong-king chino o tibetano, el Assam o nepalí, el Kabardino ruso siberiano de los ciervos o los extraídos de las glándulas almizcleras de otros animales como bueyes, ratas, patos, musarañas o escarabajos.
Serían los baños, las mujeres, los masajes, la comida o los olores pero el caso es que las feromonas estaban presentes y la potencia sexual plena y continua durante los días que permanecí allí.
Mis sentidos excitados por tal profusión de olores y sabores combinados a la vez, provocaron una necesidad inaguantable de rozarme con los cuerpos de mis vecinas de vagón y de chupar sus cuerpos que hizo que al final se dieran cuenta de mis desvaríos y huyeran a la vez hacia la zona de asientos, dejándome solo y con un espacio alrededor.
Toda la gente se volvió hacia mí, pero yo había entrado en una especie de frenesí y de trance y movía compulsivamente la cabeza con la lengua fuera y cimbreaba la cintura intentando restregarme con lo que fuera, porque también padezco de frotismo, sin soltar mi mano de la barra.
Algún inconsciente usó el freno de emergencia y aquello fue el llanto y el crujir de dientes, pues fui propulsado volando hacia las cinco jóvenes que gritaron con terror y yo en mis estertores lascivos acabé chupando a una vieja.
De repente un golpe y ya no recuerdo más, hasta ahora en que estoy a oscuras.
Empieza a entrar la luz del amanecer por la ventana e incorporándome veo que llevo puesta una camisa de fuerza y un cinturón que me fija a la cama y además llevo como un bozal y me acuerdo de la película del silencio de los corderos.
 La habitación está vacía, solo mi cama y las paredes están como acolchadas, empiezo a comprender que piensan que estoy loco y no es verdad.
Desde que nací he tenido esta sensibilidad exacerbada en los sentidos del gusto y del olfato y cuenta mi madre, que como a ella no le subió la leche tuvieron que buscar amas de cría y pasaron por mí más de cuarenta.

Al principio bien, que qué bueno, que qué rico pero a los pocos días se despedían diciendo que se sentían mal, que era una sensación muy rara la que sentían, que parecía como un adulto chupando. Mi madre se enfadaba, las llamaba guarras y buscaba otra y vuelta a empezar. Mientras yo, ganaba en experiencia.
 Con el tiempo empecé a oler objetos y animales y los distinguía a distancia. En la escuela era yo el que si algún compañero o compañera de la clase se caía en el recreo y sangraba, le chupaba la herida y se curaba en poco tiempo. Decían como con orgullo que tenía una lisozyma en la saliva muy curativa.

Chupaba y olía todo lo que pillaba y de estudiante en la capital solía acudir a las grandes aglomeraciones donde existían infinidad de olores y de matices. Me hice sommelier  y además, muy famoso en Madrid, trabajo en un buen restaurante y siempre llevo mi tacita de plata labrada al cuello, el tastevin.

Las mujeres son raras, no tengo pareja y eso que al principio de la relación están encantadas con los cuidados que las prodigo, qué si flores, qué si bombones, besos y lametones, qué si te hago un traje saliva etc.
Pero al poco tiempo ya no les hace gracia nada y me abandonan.
Oigo pasos apresurados al otro lado de la puerta, se detienen y como los cerrojos chirrían al abrirse.
 Entran varias personas con batas blancas, una de ellas, una mujer joven y guapa se acerca por un lateral y me coge la cabeza y desanuda la máscara, quiero hablar y me pone un dedo en la boca, noto su sabor saladito.
Estudia los reflejos de los pares craneales y cuando llega a la exploración del IV par o nervio troclear o patético, que curioso, se acerca mucho y lentamente a mi cara con una linternita pequeña y entonces me incorporo un poco y slurrpppp.








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