sábado, 22 de junio de 2013

PÁGINAS DONDE HA SIDO PUBLICADO EL RELATO

 
 
 
Relato ganador I Certamen Relato Erótico Cinco Sentidos "TU BOCA EN MI BOCA "


Título "Tu boca en mi boca "
Autor: Alejandro Pozo de la Cámara

Era su primera visita a la consulta y su minifalda y sus labios perfilados de un rojo intenso me recordaron a la malograda Margaux Hemingway en Lipstick.
Le indiqué que se los limpiara, se inclinó para sacar una servilleta del bolso y al hacerlo me mostró el inicio de unos pechos en su escote, yo tenía en mi mano una gasa para que se quitara la pintura pero se me fue el santo al cielo.
Me dijo su nombre, que no hace al caso y lo que le pasaba, un dolor en un molar superior izquierdo. Con los mandos, incliné el sillón y adecué el cabecero para que estuviera cómoda, el tacto de su pelo me enervó y me demoré más de lo debido en soltarlo.
Cogí un espejo y la sonda y me deslicé con el taburete hacia su costado, pegándome lo qué más pude a su cuerpo, notaba su brazo en mi pierna.
Abrí su boca y sus labios me quemaron los dedos, me acerqué a su cabeza y olí su perfume que me embriagó más de lo que ya estaba. El incisivo central tenía una mancha de carmín que limpié con esmero. Le comenté lo que tenía y que su boca era de las más bonitas que yo había visto nunca.
Como no quería que sufriera, le puse un anestésico en spray y luego al rato la inyección, ahí se sobresaltó un poco, me agarró la muñeca y al hacerlo puso el codo sobre lo que yo ya tenía abultado. Con suavidad y diciendo palabras susurradas y tranquilizadoras, introduje el líquido anestésico en el pliegue vestibular de la mejilla, ella se relajó pero no retiró su codo, yo no quería que se pasara ese momento.
Levanté la mirada a mi enfermera y le pedí la turbina y las fresas y al hacerlo me sonrió como sólo ella sabe, porque conoce mis debilidades.
La lengua, húmeda y sonrosada se movía acariciándome los dedos, tuve que concentrarme en la preparación de la cavidad de la caries, pues me estaba poniendo tenso y temía cualquier contratiempo.
Obturé el agujero. Cuando encendí la lámpara halógena, su boca se lleno de una luminosidad azulada. Mis ojos iban a los suyos y nuestras miradas confluían, ella movía su brazo y su codo me acariciaba más apretadamente, yo me entretenía en su boca, lengua y en un roce furtivo en sus pechos al volcarme sobre su cuerpo.
Nuestras respiraciones se acompasaron y enlentecieron, nos quedarnos suspendidos en el tiempo hasta que otra patada de mi enfermera rompió el hechizo del momento.
Puse los discos de pulir, veía que mi trabajo se terminaba y poco tenía que hacer ya en su boca, fuera de lo que me estaba rondando por la mente.
Me dijo que había sido el dentista más placentero de su vida.
Yo, que era, la paciente mejor desde que acabé la carrera y quedé en la consulta el sábado por la noche para hacerle una limpieza, ya sin mi enfermera meticona.

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