miércoles, 16 de octubre de 2019

PECECILLO DE PLATA - ZENDA - HISTORIADEANIMALES


                                                                  PECECILLO DE PLATA






En una caseta de la Feria de otoño del libro antiguo, encontré un volumen encuadernado en cuero del Decamerón, que tantas tardes, me dio placer en mi adolescencia.

Lo cogí en mis manos casi con devoción, estaba desvencijado y se abrió en la novela décima.

Leí un párrafo en el que un tal Rústico, ermitaño, enseñaba a un moza a meter el demonio en el infierno, pregunté el precio y sin regatear me lo llevé.



Ya en casa intenté recrear aquellos momentos de gozo, no tenía pilas para la linterna, una parecida usaba para debajo de las sábanas y mantas y entonces encendí una vela.

Se creó un clima especial, como si estuviera en una abadía, luces y sombras temblaban en las paredes, abrí el libro y fui pasando las hojas.



Entonces le vi, un pececillo de plata recorrió la página muy deprisa y se paró, cogí una lupa y admiré sus escamas, que a la luz de la vela refulgían. Durante unos minutos estuvo atareado en un proceso que no identifiqué. Al rato desapareció entre los hilos engomados del lomo. Sabía que era un lepisma y que para fecundar no necesitan copular, así que intenté no moverme mucho.



Aparecieron dos pececillos, uno empujando al otro como en un cortejo ritual y sexual que lo llevó donde había estado antes y la que posiblemente fuera la hembra se quedó enganchada en la sustancia allí depositada.



Estaba ensimismado, cuando apareció una tijereta que cazó a la hembra y el otro desapareció.

Cerré el libro de golpe, lo coloqué en el estante más alto y decidí que yo no era nadie para inmiscuirme en el Universo de los lepismas.

viernes, 11 de octubre de 2019

HISTORIASDEANIMALES - ZENDA - FILOMENO


                                                                                       FILOMENO







Hace cincuenta años me juré no volver a tener una mascota.

La culpa, un patito amarillo comprado en una salida del Metro para mi hermanita.

Monísimo, un juguete para ella durante los días que duraba su salud. Como otras veces, se iba deteriorando con el paso del tiempo. Fue repudiado por la pequeña y adoptado por mí.

Como estaba en segundo de Medicina, llevé su caso al Claustro de Catedráticos, bueno, al profesor de Biología. Le conté los síntomas, astenia y anorexia, dificultad en la marcha, cuello torcido y mirada hacia el techo.




Fue diagnosticado de una avitaminosis, un falta de Tiamina. Mi primer éxito clínico, se recuperó en poco tiempo, me convertí en su madre y creció y creció.

Comía de mi plato, le encantaba la tortilla, ahora sería canibalismo y acudía a mi llamada, una especie de sonido gutural.




Según entraba en casa, le llamaba y venía a mi encuentro, plas, plas, por todo el pasillo. Éramos como uña y carne, hacíamos vida en común, salvo hacer el amor, quizás porque entonces no conocía esa parafilia.

La convivencia se hizo insostenible, por su tamaño y sus defecaciones en el parquet, mi madre ordenó su salida.

Mis cuatro hermanas lloraban cuando salimos por la puerta, ya en la calle miramos al balcón y allí estaban ellas, saludando con las manos.

Le dejé en un parque donde había más patos, me di la vuelta y me alejé llorando.






Volvía una vez a la semana y a mi grito acudía raudo, nos contábamos nuestras cosas, hasta que a los tres meses dejó de hacerlo, y yo me quedé afónico.