FILOMENO
Hace cincuenta años me
juré no volver a tener una mascota.
La culpa, un patito
amarillo comprado en una salida del Metro para mi hermanita.
Monísimo, un juguete para
ella durante los días que duraba su salud. Como otras veces, se iba
deteriorando con el paso del tiempo. Fue repudiado por la pequeña y adoptado
por mí.
Como estaba en segundo de
Medicina, llevé su caso al Claustro de Catedráticos, bueno, al profesor de
Biología. Le conté los síntomas, astenia y anorexia, dificultad en la marcha,
cuello torcido y mirada hacia el techo.
Fue diagnosticado de una
avitaminosis, un falta de Tiamina. Mi primer éxito clínico, se recuperó en poco
tiempo, me convertí en su madre y creció y creció.
Comía de mi plato, le
encantaba la tortilla, ahora sería canibalismo y acudía a mi llamada, una
especie de sonido gutural.
Según entraba en casa, le
llamaba y venía a mi encuentro, plas, plas, por todo el pasillo. Éramos como
uña y carne, hacíamos vida en común, salvo hacer el amor, quizás porque
entonces no conocía esa parafilia.
La convivencia se hizo
insostenible, por su tamaño y sus defecaciones en el parquet, mi madre ordenó
su salida.
Mis cuatro hermanas lloraban
cuando salimos por la puerta, ya en la calle miramos al balcón y allí estaban
ellas, saludando con las manos.
Volvía una vez a la
semana y a mi grito acudía raudo, nos contábamos nuestras cosas, hasta que a
los tres meses dejó de hacerlo, y yo me quedé afónico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario