domingo, 13 de noviembre de 2011

IX CERTAMEN UNIVERSITARIO DE RELATO CORTO JÓVENES TALENTOS - EL 69


                                                                       69

Estoy confundido, me he metido en este concurso y no sé por qué. Primero el tema, porque hablar del 69 y hacerlo bien ( me refiero, al hablar) necesita de una madurez que quizás yo no tenga, bueno sí, dentro de unos meses cumplo sesenta años.
Segundo, concurso de jóvenes, ahí ya no entro, la vida ha cambiado, pero en mi época mi edad ya era de viejo. Pero de espíritu estoy fenomenal. De memoria......... ¿...?

Tercero, jóvenes talentos, hombre, uno tiene su ego, ego no, YO, enseguida me voy al etimo latino por culpa de los curas. Talento se puede considerar como un potencial, si es así, potente, potente tampoco. Tomo unas pastillitas azules muy buenas, creo que se llaman valda o tosiletas. También tengo una moneda griega de colección, un talento.
Me enrollo como el abuelo Cebolleta, vamos al tema, el 69.
Es la cosa más maravillosa que me ha sucedido nunca, tenía ganas de que sucediera, pero no pensé que iba a llenar todos los agujeros de mi YO universitario.
Si he conseguido que alguien haya leído hasta aquí, me doy por satisfecho.


En el 69, empecé en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, con toda la ilusión del mundo, corría el principio de la segunda mitad del siglo pasado y aquí sigo, vivo, porque la carrera ya la terminé, no seáis mal pensados.
La UCM en el 69, era una Universidad con vida propia, inquieta, los profesores, los alumnos estaban poseídos de una fuerza, que además de intelectual era política.
Mayo del 68 pasó rozando España pero dejó posos y semillas.

Se leía “Salut les Copains”, y entre los amigos nos pasábamos la revista, pues era cara, además, íbamos a las películas de arte y ensayo, en extranjero, no se entendía nada, pero a veces se veía alguna teta ( amarcord, cuerno de cabra, Pasolini ). Recuerdo una, que se llamaba “paseo por el amor y la muerte”, que salimos diciendo que era una metáfora de no se qué y una alegoría de no se cuantos y que iba en contra de los padres, curas, ejército y de Franco. Y te quedabas como Dios.
Las relaciones sexuales, como existen hoy día, ni por asomo. Las mujeres no se como lo arreglaban, pero en  los hombres era puro egoísmo. Las discotecas eran un sin vivir, bailando rápido, como se decía antes, pero en cuanto empezaba el lento, las tías se retiraban a por la mirinda y nosotros caminando de una mesa a otra, preguntando ¿bailas?. Una y otra vez, sacando paquete en vez de pecho, que parecía que nos fuéramos a caer hacia atrás. Además terminabas con agujetas en los brazos al día siguiente, cuando al final conseguías bailar con alguna..
 El tique de la consumición en el bolsillo, para cuando ya estuvieras sudado, pues no había segundo. Tarjetas no tenía, no se si existían, pero tarjetas VIPS de discoteca, un montón lo que te permitía entrar y salir, en la disco Alma te daban un media naranja de cartón e ibas como un capullo buscando la otra media, a oscuras y dejándote las espinillas en las mesas bajas.
Los guateques, ni te cuento, lo bonito era prepararlos, había más sexo los días previos que el día del evento, pero también era egoísta.
 El pick-up reluciente, el disco de Idea de los Bee Gees, en su funda, las cortezas y las bebidas escasas, las chicas también.

A veces había que bajar a la calle y preguntar a las que pasaban, los demás en el balcón animando, en eso hemos empeorado, porque ahora, ninguna chica subiría y antes no había tanto miedo.
Teníamos un preservativo para el grupo y por si acaso, cada dos semanas lo llevaba uno en su cartera y tenía que estar atento a las jugadas para no dejar a nadie sin él. Cada tres meses se cambiaba, porque con el trasiego de unos y otros, el plástico del envoltorio se abría y se llenaba de bolitas por dentro. Los bolsillos de entonces hacían pelotillas.

Los retirados se usaban para practicar y esto es un pensamiento profundo mío, mi generación era la más ducha y experta en la colocación, pero no en el uso.
A pesar de lo que he contado, de vez en cuando se daba algún caso de buena suerte, yo sin ir más lejos dejé plantada a una chica en la Iglesia. Fuimos a misa de 12 y antes de entrar la dije que si nos hacíamos novios y me miró a través del velo y me dijo que no.
Durante la Eucaristía, aprovechando que se había arrodillado, me fui deslizando hacia atrás y me di la vuelta desapareciendo, ya que no había nada que rascar.
Los padres no son como los de ahora, la madre una curranta de la casa y la que manejaba el cotarro familiar. El padre era un ser superior que a veces se dirigía a uno y no siempre bien. Estaba todo el día con broncas por tener las manos en el bolsillo y aunque tú decías que era por tener bolitas, ni caso.
 Con el pelo era fijación, que qué melenas, que si pareces un inglés de esos, que vuelve a la peluquería que te rebajen un poco más. Más rebajado que en ese momento, nunca. Mientras bajabas por la escalera y siempre que la puerta se hubiera cerrado, te volvías y lo ponías a parir.
Nunca fuí ni buen ni mal estudiante, ni buen ni mal deportista, coño, pero mis padres, no fueron ni una vez al colegio. Hoy día, la asistencia del padre a celebraciones varias en el colegio de sus hij@s, está por encima del 50% y además cargado de cámaras y videocámaras. Envidia pura.

Los billares, eran en nuestra época, lo mismo que las bibliotecas son hoy día, centros de reunión y para quedar. La única diferencia es, que en los billares no entraban las chicas y nosotros nos podíamos pasar una tarde jugando al billar, al ping-pong  o al pinball, sin casi acordarnos de ellas.
Quería haberos hablado de la Universidad de entonces y compararla con la de ahora, pero no puedo, porque hoy día, falta un elemento consustancial en las facultades y es el “gris”.
En el campus universitario los grises campaban a sus anchas, a pié, a caballo y en los vehículos que llamábamos lecheras, posiblemente por los golpes que salían de allí.
A veces eran más que los estudiantes y se establecía una cierta relación de proximidad con ellos, dicen que el roce hace el cariño. El roce sí, pero no con la porra.



Hace poco, en una comida con unos  policías conocidos de una Comisaría, recordamos aquellos agradables momentos que pasamos juntos y nos reímos mucho.
 Pero sigo recordando el ruido de un gris a caballo con una fusta-porra enorme, al galopar y resbalar sobre los adoquines y al volverme, encontrarme con la mirada concentrada y el bigote arrugado por el barboquejo.
Un día que iba a la facu más tarde, al llegar a la avenida complutense me encontré con un muro de grises, que atravesé sin problemas, por parte de ellos, porque por la mía, el temblor debía de ser ostensible. De repente me encontré de frente unos centenares de estudiantes, quizás miles o millones ya no recuerdo bien y yo empecé a caminar hacia ellos, rezando para que ninguno de la liga joven o revolucionara, dijera nada en alto sobre los familiares de los policías.
 Cuando estaba a punto de llegar a la muralla de salvación, se oyó un Hi de Pu al fondo y aquello fue el llanto y el crujir de dientes, la desbandada fue un éxito.
En el 69, los trabajadores de grandes empresas y los obreros acudían con frecuencia a la Universidad para concienciarnos de sus problemas y nosotros a su vez de los nuestros y con poquito que nos dijeran se organizaba una huelga.
Entre la facultad, los grises, Franco, las chicas, inicié una fase de mi vida existencialista y empecé a vestir de negro e ir a unos sótanos o solares donde se ponía música psicodélica y se proyectaban como amebas de colores o burbujas siempre en movimiento. Tocaba mucho Pau Riba.
Yo le quité a mi madre una pellica enorme de lana inglesa que parecía piel de animal y me la ponía para salir e ir a la facultad y como yo era fuerte, robusto, bueno, gordo, talmente era un oso.
La Complutense, no solo era el recinto universitario, a ella también pertenecían por derecho propio, el bar Manolo, los porrones, casa Paco, el Chapandaz con su leche de pantera, los lagartos en Rosales, Marius y los corazones de indio, los grogs de Tirol, los billares de Argüelles y de Princesa, la calle de los libreros con Doña Pepita, la Felipa o la casa de la Troya.
En el 69, empezamos medicina cerca de dos mil alumnos, las clases de quinientos, los profesores y catedráticos desbordados y encima el primer curso selectivo, pasamos  a segundo unos quinientos. Un desastre.

En el 81 volví a la UCM para cursar la especialidad de Estomatología, pero ya nada era igual, los grises ya eran marrones y no estaban. Los estudiantes estudiaban y ya no te dejaban los apuntes, había grupos de estudio, la competencia acechaba.
Fueron dos años, pero quizás los peores de mi vida universitaria, el modo de vida, la universalidad del conocimiento y en esto incluyo los bares de la zona, había muerto.

En el 2011, he vuelto a la UCM para continuar mis estudios de Derecho, que los tenía abandonados. Estoy como un niño con zapatos nuevos, me he adaptado a Grado, tengo estumail (no sé usarlo bien), casi todo por ordenador.
Entré en clase y se levantó hasta la profesora que es más joven que yo, agaché la cabeza y subí hasta una esquina del banco corrido, los jóvenes me miraban y cuchicheaban, creo que doy el cante. Voy a cambiar el vestuario, no sé como me quedaran los pantalones caídos, tendré que tirar los ocean rotillos.
He dicho a mi mujer que no sé dónde quiero ir con el Erasmus ese, pero ya veré, se ha reído en mi cara.

El otro día la profe nos convocó a un homenaje de la fundación de D. Enrique Ruano estudiante de 5º de Derecho que falleció en extrañas circunstancias el año de 1969 y preguntó si alguien sabía quien era. Un silencio sepulcral invadió la clase y a mí me dio vergüenza levantar el dedito. Éramos contemporáneos.
Tengo unas gemelas preciosas de 18 primaveras que este año empiezan en mi UCM, pedagogía y trabajo social. Les comenté que las podía llevar en el coche hasta la puerta y me dijeron   “papaaaaaa,  por favor”. Tampoco quieren ir conmigo al Erasmus, no lo entiendo.
Cuando miro alrededor y veo la juventud de mis compas y la procedencia tan dispar de sus orígenes, creo que estoy fuera de lugar, pero cuando entran los profesores y nos transmiten el conocimiento, dejo de ser el yo mayor y me convierto en una esponja, ávida de saberes, lo peor es la neurona que me queda, que está tarda y achacosa.
De todas maneras, vosotros, los jóvenes talentos seréis los dueños del mundo y os recomiendo que aprovechéis los estudios y también disfrutéis de vuestra edad, porque esa no volverá y creo que no hay nada mejor, que la vida de estudiante.

Por eso, yo vuelvo cuando puedo, porque la Universidad es la mejor pastillita azul que existe y cuando termine Derecho seré Registrador de la Propiedad.

RELATOS EN CADENA SEMANA 7ª DUDAS

Muerto, pero mío, vivo, pero tuyo, no sé que prefiero, la verdad. Debería dejarte porque el daño que me estás haciendo cuando te vas con otros y me lo dices y me lo echas en cara es tanto, que creo que mi corazón se va a romper en pedazos.

Quizás sea lo mejor, que me sigas humillando, degradando, hasta que yo muera de amor y entonces se te acabarán los triunfos y ya no podrás ganar la partida. En ese momento, yo, como el ave Fénix, reviviré. Y tu te irás.

martes, 8 de noviembre de 2011

IX CONCURSO DE RELATOS CORTOS PARA LEER EN TRES MINUTOS LUIS DEL VAL - TRES MINUTOS

                                          TRES MINUTOS.
No sé si podré contar en tres minutos mi vida. Pero es lo que me queda para que me apliquen el garrote vil. Los tres meses que he pasado en esta celda inmunda y las torturas que he sufrido, han conseguido que mi lengua en un acto de independencia haya reconocido que pertenezca a la secta de los abecedarianos, herejes, que declaran siguiendo a Storck, discípulo de Lutero, que para salvarse es necesario no saber leer ni escribir.

Ayer, cuando estaba en el potro de tortura y me estaban dislocando  brazos y piernas con la tracción de la rueda muy lentamente, aullaba de dolor y decía a voz en grito, que yo, sabía escribir, que me dejaran demostrarlo.

Me soltaron, pero entonces trajeron un aparato conocido por aplastapulgares o pinniwinks que aprietan con una rueda dentada las raíces de las uñas, hasta que explotan las yemas.
Dos minutos y descansaré.
Reían y me trajeron recado de escribir para que se lo demostrara. No pude.
Por favor, amigo, escribe. Ya me ves, ahora en “la cigüeña”, en esta postura en el armazón de hierro con el cuello, muñecas y tobillos trabados. Desnudo como un perro.

Me metieron después una pera anal que con un tornillo, se va abriendo en el interior, provocando enormes destrozos y dolores intensísimos.

Perdona, te lo ruego, que haya evacuado, es imposible retener, cuenta por favor si sales de aquí, lo que me ha sucedido.

Me querían matar en la rueda horizontal en alto, después de quebrarme todas las articulaciones con un martillo, colocándome debajo de ellas tacos de madera, para convertirme en un gran títere aullante.
Un minuto y dejaré de sufrir.
No pude más, me arrepentí y con eso he conseguido que me den muerte con el garrote vil que además, aunque no salve la vida, consigo el perdón de mis pecados y salvo mi alma
.
A mi familia diles que les quiero mucho, que he muerto en paz y confesado y con sus nombres en mi boca. Que no he sufrido y que recen por mí.
Se oye ruidos de botas por el pasillo, son mis verdugos, amigo, no dejes que te encuentren lo que has escrito sobre mi persona.

Me incorporan en la cigüeña, me giran y veo con horror que el preso que está a mi lado está colgado en lo que llaman la garrucha, con los brazos hacia atrás y la cabeza hundida en su pecho.
Ya pasó el tercer minuto, mi tiempo se ha terminado.

domingo, 6 de noviembre de 2011

RELATOS EN CADENA SEMANA 6ª ----- NADA

Y nada más existió hasta el próximo tren, amor, eso pensé que sucedería al llamarme para decirme que lo habías perdido, pero no podíamos saber que te quedarías en una curva del camino, junto a la vía.

Y mientras yo en el andén, fantaseaba con nuestro encuentro en la habitación del hotel que tenía reservada, tú te desangrabas, junto a la vía.
Y en ese momento, el jefe de estación se me acercó para preguntarme si esperaba a alguien.

Y entonces la nada se agrandó hasta llenarme por dentro y por fuera, dejé de existir en ese instante y mi ser quedó, junto a la vía.

sábado, 5 de noviembre de 2011

XXVII CERTAMEN INTERNACIONAL DE CUENTO BARCAROLA - BARCAROLA

Todos los días, Giovanni sale de su casa en la calle Traghetto y se dirige hacia el canal donde tiene amarrada su góndola, mientras el tañido de  la campana llamada “marangona” del Campanile llena las estrechas calles empedradas del casco viejo.


Suena al inicio y al final de la jornada laboral y toda Venecia se rige con las diferentes campanas.
La miseria invade la ciudad de los canales, la basura se acumula en las calles, en el agua y las ratas, grandes como gatos se han adueñado de la otrora ciudad más poderosa del Mediterráneo.
Venessianos  de todas las edades, viejos y niños deambulan por las callejas y las orillas de los canales buscando algo que llevarse a la boca, las enfermedades, plagas y peleas llenan de cadáveres el agua, cerrando el ciclo de muerte que envuelve la ciudad.

Giovanni no se queja, tiene la góndola de su padre y aunque está solo en la vida y el trabajo de transportar  a los vecinos de un lado a otro de los canales escasea,  no le falta techo y comida.
Estamos en 1760 y las grandes potencias europeas, España a la cabeza, presiona a Clemente XIII  para que expulse a los jesuitas. Amenazan con invadir Venecia y de hecho han conquistado terrenos propios del Papa.
Tiene su góndola en los bajos de una casucha en un canal pequeñito y todos los días antes de salir la pule con un paño, hasta que se puede mirar en el color negro lacado de la superficie. Es negra porque tiene que recordar la peste que azotó Venecia en 1562.
Con un poco de grasa también le da al contrafuerte de la proa  para que brille.

La forcola de madera de nogal es estilizada y sinuosa con diferentes recovecos por donde se desliza el remo para las diferentes maniobras de la navegación y se sitúa en la popa.
Recuerda a Jacopo, su padre, cuando trajo a casa el cuarto de tronco de nogal, lo contento que venía, lo colocó en medio de la habitación que servía de dormitorio y de cocina y le dijo, revolviéndole el pelo, este será el sardinel de nuestra góndola.
Durante dos años estuvo desbastando con el cincel y con la gubia, dando una forma a la madera que cuando yo lo veía, parecía que estuviera acariciando a una mujer.
Coloca los cojines en la cabina, abre el portón y ayudándose en las paredes comienza a salir agachándose para no darse. El día está muy frío, hay una niebla que no deja ver a veinte metros, las miles de góndolas que pululan por los canales provocarán accidentes, que muchas veces se cobran vidas, pues el agua está helada y el pueblo no sabe nadar.

Mientras avanza lentamente, observa el contorno asimétrico de la embarcación, para facilitar la propulsión con un solo remo y como el remache de proa cabecea y sirve como contrapeso a su cuerpo.
Los diferentes puntos de apoyo al remo en la forcola le permite un remado lento o avance o giro o freno y también para ciar.
Al salir al canalizzo o gran canal gira hacia la derecha y tiene que usar su musculatura para avanzar entre el oleaje y a pesar del frío empieza a sudar debajo de sus ropajes, debe de llegar cuanto antes a su zona, los alrededores del ponte Rialto.

Se escora a la izquierda para cruzar el ponte dell’Accademia y prosigue a duras penas, sorteando el oleaje y las otras embarcaciones que amenazan chocar con él.
Está a punto de ser abordado por una gran barcaza del Dogo de Venecia, su excelencia, Don Francesco Loredan y tiene que pararse en el muelle de la casa de San Barnabá.
Oye risas y mira hacia lo alto del palacio de mármol y ve a una joven de pelo rizado, con ropajes de ricas telas y brocados, que junto a unas criadas están asomadas a la balconada y hacen muecas y aspavientos.
Giovanni queda prendado de la doncella y avergonzado con la maniobra que ha hecho, acelera con el remo y mientras se aleja sigue oyendo las risas del grupo.

Por su parte Francesca desde el balcón lo ve alejarse y se queda pensando en lo guapo que es el gondolero y en lo fuerte que parece.
Al llegar al ponte de Rialto, amarra en su parada a la espera de clientes y en el muelle están los otros gondoleros, entre ellos, su amigo Nicoló al que le cuenta su aventura con el Dogo y con la dama de ca’San Barnabá.
Nicoló le dice que si es joven y con rizos es Francesca de 16 años e hija de un banquero muy rico de la familia de los Rezzónicos que son los que han comprado ese palacio y que su tío es el  Papa Clemente XIII.
“Menudas fiestas hicieron hace dos años, cuando nombraron Papa a Carlo Rezzónico, que era obispo de Padua”, comenta Nicoló.
Todos los días y a la misma hora Giovanni pasaba por debajo de la balconada, miraba hacia arriba y casi siempre y si el tiempo se lo permitía, estaba ella. Ya no se reía, le saludaba y su cara le transmitía algo, que él quería que fuera amor.
Durante este tiempo era feliz y se levantaba con una energía y con la esperanza de volver a verla. Cantaba muy bien, por lo menos eso decían los pasajeros que transportaba de una orilla a otra.

Estaba de moda en 1760 un tipo de canción popular de los gondoleros que cantaban mientras remaban, que se llamaba “Barcarola”. Suelen ser canciones románticas con un ritmo que recuerda al remar del gondolero, casi siempre un tempo moderato en compás de 6/8 y que si se presta  atención, se escucha el ruido del  remo en el agua.
Giovanni dedicó una barcarola a su amada y estaba todo el día cantándola, ya en casa como en la góndola.
El primer día que se la cantó, un sol que reverberaba en las aguas y en el pelo de ella, hizo que posicionando el remo en la forcola en la posición de lento, iniciara su cántico mirándola a los ojos:

                              Francesca, la tua risata e la tua rizzi
              Leri ho prujeron dolore
              Oggi, quando passo dal canalizzo
              Solo sente un gran amore”.
Al pasar y volverse, su amada le tiró un beso con la mano.
Su amigo Nicoló le decía que su amor era imposible, que era rica, que era un capricho, pero él decía que no, que era correspondido.
Un día brumoso de enero de 1761, al acercarse al pontón del palacio, la vio, estaba al pie de la escalerilla sola y haciendo gestos con la mano enguantada.
Se acercó y le pidió que la llevara a la iglesia de San Francesco della Vigna. Se sentó en la cabina  frente a él y dijo, canta por favor.

Cantó como nunca y unas lágrimas rodaron por su cara mientras ciaba. Se presentaron, hablaron de sus familias, de sus sentimientos y de que su tío el Papa no consentiría esta relación.
Bogó hacia un canal estrecho que él conocía, sin salida, los muros casi se tocaban en lo alto y carecían de ventanucos y amarró la góndola en un poste y se sentó con ella en la cabina. Se dieron la mano, se dijeron cosas al oído, ella percibió el olor a mar de él  y él a su vez su perfume de rosas. Se besaron y quedaron para otros días, siempre de la misma forma.
Nicoló, le decía que estaba loco, que qué tenía esa joven para querer destruir su futuro y que estaba perdiendo el tiempo.

Francesca, un día lo introdujo en el palacio y le enseñó el salón de baile que ocupaba toda la fachada y que tenía pintado en el techo “la alegoría nupcial” de Tiépolo. El asombro no le dejaba decir nada y salió acordándose de las palabras de su amigo.

El Martes de Carnaval quedaron en la piazza de San Marcos, después de la fiesta de las Marías y ella acudió con sus criadas con una máscara blanca con plumas, la maschera nobile.

Se le acercó un Pulcinella o Polichinela, todo de blanco, con un gorro puntiagudo, una máscara con nariz prominente y un garrote. Con voz nasal y acercándose a su oído la dijo –“Francesca, soy Giovanni, vamos a una casa que conozco, que tienen baile y lo pasaremos bien”.
Dejó a sus criadas, quedando en una hora y se adentraron en las callejas estrechas, cruzándose con cientos de máscaras y ropajes de seda negro. Entraron por un portón todo desconchado y nada más pasar, el polichinela cerró la puerta con llave.

La habitación estaba débilmente iluminada con velas y no había nadie. Francesca se asustó y él comenzó a manosearla y a querer quitarla la ropa. Se defendió y empezó a darle golpes en el pecho y consiguió arrancarle la máscara y vio con horror que no era quien creía, Giovanni.
De un garrotazo la dejo inerme, la echó en un jergón, abusó de ella y después con el palo la destrozó la cara para que nunca le reconociera, pero ya estaba muerta cuando la tiró al canal más cercano. Nicoló se quitó el traje de polichinela manchado de sangre y lo arrojó en otro canal y se fue a su casa.

Mientras, Giovanni en la piazza daba vueltas y más vueltas, chocando con otras máscaras y preguntando una y otra vez  a las criadas que conocía, del paradero de su señora. Le dijeron que se había ido con un polichinela de la mano y que volvería en una hora.
La noche avanzaba y en la piazza ya no quedaba casi nadie, empezó a llover y una niebla subía de los canales, Giovanni se dejó caer en la pared del palacio Ducal y entonces del Campanile, el tañido de una campana pequeña ( il maléfico) hizo que estallara en sollozos, tocaban a muerto.

                      
                          


viernes, 4 de noviembre de 2011

III CERTAMEN HISTORIAS DE MIS MUEBLES - INODORO

El retrete, también llamado váter, sanitario, trono, escusado, poceta,  excusado o taza ¿es o no es un mueble?.
Hasta el derecho ha entrado en la discusión, pues para el Derecho Civil, el inodoro no es un mueble pues no es transportable fácilmente y no dejaría indemne al inmueble.
Pero para el Derecho Penal, el retrete es un bien mueble y puede ser motivo de hurto o robo.

Pensamos poco en este objeto y eso que lo usamos todos los días y a veces  se nos duermen las piernas y  nos tatuan el borde en los muslos.
En el hemisferio Norte, el agua de los inodoros gira en el sentido de las agujas del reloj, producido por el efecto Coriolis  y en el hemisferio Sur al contrario.
Muchas tardes, me he pasado horas sentado en una silla frente a la taza, estudiando el mecanismo del desagüe acodado que forma el cierre hidráulico o sifón. También la cisterna con su flotador y el tornillito que lo regula o la válvula especial llamada fluxómetro.

Si consideramos que el váter es un mueble, podríamos fabricar algunos modelos de mueble-bar o mueble-cama y así mejoraríamos el uso del cuarto de baño, ya que las casas cada día son más pequeñas.

III CERTAMEN HISTORIAS DE MIS MUEBLES - ARCÓN

Aquella tarde de hace cincuenta años, llegamos a la casa del pueblo de mi padre. Como siempre, los cuatro hermanos, corriendo por ser los primeros, empezamos a abrir todas las ventanas y las puertas que daban al patio.
Al llegar a la última habitación y entrar en tropel, un animal salió enloquecido y desapareció por un hueco de la ventana, asustándonos.

Encendimos la luz y vimos el arcón abierto y entre las ropas, cuatro gatitos recién nacidos y con los ojos cerrados. En un segundo, cada uno de nosotros tenía en su regazo una criatura que cabeceaba y abría su boquita, dejando escapar un sonido que todavía no era maullido.

Al entrar mi padre se enfadó mucho, nos obligó a dejar los animalitos en el arcón y nos explicó que a la gata y su camada hay que dejarlos en paz durante un tiempo.
Salimos de la habitación y la cerramos a nuestra espalda, quedándonos escuchando por turnos para sentir si volvía la gata.
Al amanecer, los cuatro abrimos la puerta, vimos el arcón  con los cuatro gatitos, muertos, gritamos y al acercarnos vimos la huella de los colmillos de la madre en sus cuellos.
 Entró mi madre en ese momento y nos quedamos mirándola.

lunes, 24 de octubre de 2011

RELATOS EN CADENA SEMANA 5ª AMOR


Como tantas veces había hecho de niño, el otro día me acosté con la chica de servicio, pero esta vez fue diferente, hubo sexo. No un sexo explosivo y ardiente, sino reposado, pues nuestras edades, ya no nos lo permite, ya que han pasado cincuenta años desde mi infancia y tanto yo, como ella, Pepa, que me lleva siete años, ya no estamos para estos trotes.

Nos hemos querido mucho y fuimos cómplices en besos y caricias, durante décadas, pero hasta que no ha muerto mi madre, no hemos podido dar rienda suelta a nuestros sentimientos.

Estoy soltero, no por mi madre, sino por ella.

RELATOS EN CADENA SEMANA 5ª -- MUERTE

                                                 MUERTE.




Como tantas veces había hecho de niño, he vuelto a matar. De pequeño, me gustaba torturar a los seres más indefensos de la naturaleza, pájaros, murciélagos, gatos, perros etc. Recuerdo aquella rana que estuvo cinco horas abierta en canal y con el corazón palpitando.

 Creo que la experiencia me ha servido de mucho, pues no siento ningún remordimiento cuando mato, duermo de un tirón y por la mañana me levanto con la conciencia tranquila y con ganas de seguir haciendo lo que más me gusta en el mundo.
La sangre es lo peor, pues mancha mucho y resbala si la pisas.

Trabajo de matarife en el mercado.