viernes, 28 de septiembre de 2012

RELATOS EN CADENA SER - 2012 - GATILLAZO

                                                              GATILLAZO

Con esa exactitud tan característica de la ciencia, decido abandonar el método hipotético deductivo.

Con esa tranquilidad, me levanto de la cama, dejando insatisfecha a la joven de brazos cruzados.

En casa analizo qué es lo que he hecho mal.

 La observación en el pub, adecuada, joven y guapa.

La hipótesis también, mi apostura y mis tarjetas, impresionantes.

La medida, un suficiente raspado, pero juguetona.

Y el método experimental fallido.
 

Decido asumir las conclusiones postmodernas y en éste caso concreto, hablaré con expertos, es decir el urólogo y veré que competencias tendré.

Observaré la oferta en el mercado y realizaré un discurso performativo.

Mientras, me dirijo al baño.
 

viernes, 21 de septiembre de 2012

RELATOS EN CADENA SER - 2012 - LA CARGA


                                                    LA CARGA


Hasta chocarse contra una pila de maderos, así fue retrocediendo, empujado por los estudiantes universitarios.
Entonces, los grises se bajaron la visera y enarbolaron las porras.

Las carreras, los gritos, el olor del miedo, el ruido de las herraduras de los caballos en el empedrado de la facultad de Medicina, no era nada, hasta que al volver la cabeza vió al gris con el barboquejo del casco en el bigote, con la porra.

La retirada fue un éxito, quedando  en el suelo el pasquín de la convocatoria por la muerte de Enrique Ruano.
Hoy, el corazón universitario vuelve a latir.

lunes, 17 de septiembre de 2012

PARTO DE FANTASMAS - RELATOS EN CADENA - SER

                                                                      PARTO 
Se oyó un rítmico puf puf de fantasmas paridos, mientras mis brazos eran incapaces de recoger todo lo que estaba cayendo de esa vagina gigante, peluda y putrefacta.
Ni la mascarilla que llevaba, ni la bata impidieron que los flujos, cuajarones y coágulos, impregnaran mi piel.
Sentado en el suelo, casi tapado por las múltiples placentas sangrantes que llevaban adheridas como trozos de tela y rodeado de hilachos rojizos y empapado de sangre, miraba con horror y sin reaccionar.
De repente, las telas se desprendieron e iniciaron un vuelo errático y con los movimientos  los restos placentarios cayeron al suelo.
Mal día para hacer mi primera guardia de urgencia.

sábado, 8 de septiembre de 2012

ESTA NOCHE TE CUENTO - SEPTIEMBRE - 2012 - BONDAGE


                                                                       BONDAGE

 

Estaba de rodriguez y siempre tuve ilusión de conocer el bondage y solicité un servicio en mi domicilio de una profesional.

Se presentó una mujer cuarentona de buen ver que se hacía llamar Dómina Libertad. Me tomé un vaso grande de wisky sin hielo mientras se cambiaba.
 

Se abre la puerta y Catwoman, no tardo en desnudarme y al acercarme un zurriagazo con el látigo en mis partes que me deja temblando.
 

Me sienta, pasa la tarjeta por la bacaladera y me pone las normas, me va a atar pero si quiero parar, tengo que decir "como fruta madura".
 

Me ata a la cama con cordaje de seda como a San Andrés, en aspa y se sube a la cama con sus taconazos e inicia un baile en mi escroto que me hace chillar aunque me gusta.

Saca vaselina y una porra de policía, me unta y mete un palmo en el recto, grito y digo "macedonia" y sigue metiendo.
 

Me araña y chillo"pera madura"

Digo "plátano maduro" y lluvia dorada y  escuece.

Toma la fusta y se dirige a mí pene enhiesto, suena la puerta y una voz" cariño, he vuelto", me la miro y la veo como fruta madura.
 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

HISTORIA ESCRITA POR DIÓGENES DE SINOPE, DEL BLOG LASIGUIENTELAPAGOYO Y DEL JAMES JOYCE, PUB IRLANDÉS TRADICIONAL Y LA CASA DEL CUBÓN, TURISMO RURAL

 

 28 de agosto de 2012


Alejandro

Son un matrimonio con dos hijas. Él le andará por los cincuenta y tantos, ella es más joven. Las chicas son veinteañeras y tan guapas como la madre. Juraría que les he visto alguna otra vez, pero soy un desastre para las caras y los nombres.

Se ríen, se ríen mucho. Desde mi atalaya del pico de la barra les veo disfrutar de las cervezas y de la conversación. Él lleva la voz cantante, y parece estar contando una retahíla de anécdotas.

Le pregunto a Luis, que es un tipo formal. Me dice que es Alejandro, un médico bloguero que fabrica una página de relatos divertidos y picantes, y que no es la primera vez que viene. Luis le relaciona con mis locos del blog, aunque no sabe exactamente como.

Sentados un poco más al fondo, una pareja discute acaloradamente. Me sigue chocando ver a dos personas jóvenes enconarse de tal modo. No entiendo mucho, pero me parece que es una actitud más propia de quienes ya han agotado sus esperanzas y pagan su frustración con el otro, no de quienes comienzan un proyecto en común. Cuando veo estas riñas pienso que tienen que tener sus orígenes en conflictos de orgullos, en esa estupidez tan humana de tratar de imponer el criterio propio y de no ceder ni ante la evidencia del error. Contemplado desde mi punto de vista, me parece una sandez y una pérdida de tiempo. Pero mi trabajo no es dar consejos, así que sigo con mi cerveza. Empieza a tocar Mark Knopfler.

En mitad de esa suerte de bifrontismo entre quienes ríen y quienes discuten, la chica de la discusión se atraganta con un aperitivo. Empieza a gesticular y a ponerse roja, se está quedando sin aire. Su pareja no reacciona. Los nervios le atenazan. Cada segundo que pasa sin que ella pueda respirar parece la eternidad retransmitida a cámara lenta. Entonces Alejandro se levanta ligero a pesar de su corpulencia, abraza a la chica por detrás, coloca sus manos entrelazadas en el centro de su pecho y hace saltar hacia atrás como un resorte sus dos brazos.

La aceituna vuela. La chica abre la boca y quiere respirar todo el aire del mundo a la vez. Alejandro la suelta, la mira y le pregunta si se encuentra bien. Ella dice que sí y le da las gracias. Él se vuelve a su mesa. Su mujer le da un beso y sus hijas le abrazan. El tío se ríe a placer.

En la otra mesa, él le echa en cara a ella lo ansiosa que es para comer y ella a él su falta de determinación cuando ha sufrido el accidente.

Alejandro se levanta con sus chicas, paga en la barra y se va. Los novios de la mesa elevan el tono de su discusión. Les digo que se callen. Me miran sorprendido, pero se callan. No quiero perderme la silueta de aquel hombre saliendo del bar a los acordes de “Local Hero”....Cómo si supiese que le estoy mirando, y mientra toma a su mujer por la cintura, el muy canalla gira la cabeza y me guiña un ojo...


4 comentarios:

  1. Diógenes, como en el cuento anterior, éste, también me suena y ahora mismo lss leggrimmas no mme ddejen veer el ttecclado.¿Qué botito!.
    Pero como Héroe Local, solo tengo una experiencia en una consulta del callista por un papiloma mío cuando estudiaba medicina.
    El caso es que en Anatomía nos habían enseñado el recorrido del nervio frénico que inerva el diafragma y un truco.
    En mitad del silencio de la consulta una mujer empezó con un ataque de hipo bestial y tod@s mirándola. Al rato me levanté y en voz alta me ofrecí para quitarla el hipo, que era estudiante de medicina y tal.
    La expectación fue en aumento porque con su permiso, me levanté y me situé a sus espaldas y situando el pulgar en el hoyuelo de la clavícula, apreté y yo creo que ya antes de llegar había desaparecido el hipo.
    La intervención acabó con aplausos, pero sobre todo con explicaciones de como hacerlo.
    Para que veas Diógenes con que poco me conformo y eso que el tener un tipo como tú, de amigo, me engrandece más si cabe.
    Cuando salió el callista nos pilló al grupo de pié en el centro y poniéndonos las manos en los hombros.
    Gracias por tu relato pero la vida es más sencilla y eso es lo que digo a mi mujer, que los hombres somos muy simples.
    Con una cerveza o wisky, con un poco de fútbol y si pasa de vez en cuando una mujer de buen ver y luego nos espera la felicidad en casa, pues miel sobre hojuelas.
    Casi nada.
    Un abrazo y gracias.
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    Respuestas




    1. Me quedo con la generosidad que destilais ambos, la cruda y tierna realidad que muestra Diógenes y la humildad de Epífisis, que por cierto, es la primera vez que te veo escribir algo taaan largo. Merecía la pena, sí.
      Un abrazo.
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    2. Susana, otro beso para tí, pero es que tú siempre te vas a los más cortitos y que sepas que yo lo tengo más largo( me he comido algunas sss).
      Un beso tórrido
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  • Alejandro, Magno como el coñac, voy a pasar por alto la alusión a la longitud. Cada uno tiene lo que tiene y hace lo que puede, en la narrativa, digo. Es que no podía resistirme a escribirte algo, y la otra opción era un poema épico de trescientas páginas. Y Susana, esto no es lo que piensas, puedo explicartelo todo, "Alejandro y yo sólo somos buenos amigos", como diría Ana Obregón hablando del Conde.
    Un beso para Susana y un abrazo para el Doctor del Amor...
    ResponderSuprimir
     

     



    lunes, 27 de agosto de 2012

    SUDOROFILIA Y RINOFILIA

                                                                                  SUDOROFILIA Y RINOFILIA

    ¿Qué hago aquí?, ¿Porqué no me puedo mover?. Estoy a oscuras y noto como una mordaza de cuero que me tapa la boca y me impide hablar. Empiezo a despejarme, la mente se va aclarando y recuerdo lo que me ha sucedido hace un rato o quizás ayer o hace un mes, no estoy seguro.

    Estamos al principio del verano y el calor ha entrado con ganas, las jóvenes se han despojado de sus camisas y van casi todas con las blusas de tirantes y eso para mí es un suplicio, pues es verlas y tener un deseo irrefrenable de oler, aspirar y si puedo, pasar mi lengua por esa piel expuesta y saborearla.
    Iba en el metro al mediodía en la hora punta y el vagón de bote en bote, yo agarrado a la barra horizontal superior y a mí alrededor cinco jovencitas con sus brazos estirados, desnudos y los tirantes del sujetador asomándose por los laterales de los otros tirantes, el olorcillo de diversos matices se mezclaba y yo intentando identificar a cada una con su olor.
    Uno era tirando a cebolla y ese, fijo era de la morena, otro como ácido, de la rubia. Pero de repente entró en mis narinas un olor a almizcle que explotó directamente en mi cerebro. Yo, que soy un experto en olores y especialista en catas, identifiqué enseguida el almizcle con el tipo Tong-king chino, el más valioso y de inmediato noté un pálpito en mi miembro.
    Empecé a marearme y en ese momento el metro entró en una zona de curvas pronunciadas y de saltos y traqueteos sobre la vía que hacía que mi cabeza chocara contra sus brazos y aproveché para sacar mi lengua y con discreción probar las pieles de mis compañeras de viaje. Absorbí el sudor de la otra morena más bajita y era supersalado y con olorcillo a jabón infantil. El de la morena alta, que era el que olía a cebolla, era profuso y perlaba la piel con gotitas que llenaban todos los poros sudoríparos que tenía frente a mis ojos.

    La piel que olía a almizcle era untuosa al tacto y amarga al gusto. Me trajo la evocación de las mil y una noches que pasé en un prostíbulo de lujo en Estambul durante toda una quincena. En aquel Hammam, desde que entrabas por la puerta eras llevado por dos odaliscas hacia tu habitación, te desnudaban y con grandes toallas te conducían a la zona de los baños, donde pasabas por el cuarto tibio, el caliente, la piscina fría, el masaje y el cuarto de enfriamiento.
    Ya preparado, recibías a las mujeres más perfectas que yo había visto nunca, pero que además exhalaban los aromas a almizcle de las diversas variedades. El Tong-king chino o tibetano, el Assam o nepalí, el Kabardino ruso siberiano de los ciervos o los extraídos de las glándulas almizcleras de otros animales como bueyes, ratas, patos, musarañas o escarabajos.
    Serían los baños, las mujeres, los masajes, la comida o los olores pero el caso es que las feromonas estaban presentes y la potencia sexual plena y continua durante los días que permanecí allí.
    Mis sentidos excitados por tal profusión de olores y sabores combinados a la vez, provocaron una necesidad inaguantable de rozarme con los cuerpos de mis vecinas de vagón y de chupar sus cuerpos que hizo que al final se dieran cuenta de mis desvaríos y huyeran a la vez hacia la zona de asientos, dejándome solo y con un espacio alrededor.
    Toda la gente se volvió hacia mí, pero yo había entrado en una especie de frenesí y de trance y movía compulsivamente la cabeza con la lengua fuera y cimbreaba la cintura intentando restregarme con lo que fuera, porque también padezco de frotismo, sin soltar mi mano de la barra.
    Algún inconsciente usó el freno de emergencia y aquello fue el llanto y el crujir de dientes, pues fui propulsado volando hacia las cinco jóvenes que gritaron con terror y yo en mis estertores lascivos acabé chupando a una vieja.
    De repente un golpe y ya no recuerdo más, hasta ahora en que estoy a oscuras.
    Empieza a entrar la luz del amanecer por la ventana e incorporándome veo que llevo puesta una camisa de fuerza y un cinturón que me fija a la cama y además llevo como un bozal y me acuerdo de la película del silencio de los corderos.
    La habitación está vacía, solo mi cama y las paredes están como acolchadas, empiezo a comprender que piensan que estoy loco y no es verdad.
    Desde que nací he tenido esta sensibilidad exacerbada en los sentidos del gusto y del olfato y cuenta mi madre, que como a ella no le subió la leche tuvieron que buscar amas de cría y pasaron por mí más de cuarenta.

    Al principio bien, que qué bueno, que qué rico pero a los pocos días se despedían diciendo que se sentían mal, que era una sensación muy rara la que sentían, que parecía como un adulto chupando. Mi madre se enfadaba, las llamaba guarras y buscaba otra y vuelta a empezar. Mientras yo, ganaba en experiencia.
    Con el tiempo empecé a oler objetos y animales y los distinguía a distancia. En la escuela era yo el que si algún compañero o compañera de la clase se caía en el recreo y sangraba, le chupaba la herida y se curaba en poco tiempo. Decían como con orgullo que tenía una lisozyma en la saliva muy curativa.

    Chupaba y olía todo lo que pillaba y de estudiante en la capital solía acudir a las grandes aglomeraciones donde existían infinidad de olores y de matices. Me hice sommelier y además, muy famoso en Madrid, trabajo en un buen restaurante y siempre llevo mi tacita de plata labrada al cuello, el tastevin.

    Las mujeres son raras, no tengo pareja y eso que al principio de la relación están encantadas con los cuidados que las prodigo, qué si flores, qué si bombones, besos y lametones, qué si te hago un traje saliva etc.
    Pero al poco tiempo ya no les hace gracia nada y me abandonan.
    Oigo pasos apresurados al otro lado de la puerta, se detienen y como los cerrojos chirrían al abrirse.
    Entran varias personas con batas blancas, una de ellas, una mujer joven y guapa se acerca por un lateral y me coge la cabeza y desanuda la máscara, quiero hablar y me pone un dedo en la boca, noto su sabor saladito.
    Estudia los reflejos de los pares craneales y cuando llega a la exploración del IV par o nervio troclear o patético, que curioso, se acerca mucho y lentamente a mi cara con una linternita pequeña y entonces me incorporo un poco y slurrpppp.








    jueves, 23 de agosto de 2012

       FUEGOS FATUOS


    Los cadáveres son el mejor abono para las hierbas que crecen en el camposanto y que tanto gustan a los conejos.  
    La otra noche sin luna fui al cementerio, con un saco y un farol y desde entonces no vivo, ni duermo, ni como y tengo miedo.
    La noche era muy oscura, fría y con niebla  a ras del suelo, llegué a la tapia y me dejé caer al otro lado como siempre, pero esta vez algo me atrapó y no podía moverme. El corazón empezó a encabritarse y el humus que subía del suelo empezó a cubrirme.
    A diez metros de una tumba con una escultura de un ángel alado, empezó a fluir una luz pálida, azulada, que oscilaba ante mis ojos pero que no desaparecía.

    El terror se apoderó de mi, conseguí liberar mi pierna, desgarrándomela y salí de allí saltando la tapia y huyendo a mi casucha, en la que entré, cerrándola de un portazo.
    Había oído hablar de los fuegos fatuos o “will” o “the wisp”, pero nunca creí en ellos y también de los miasmas que se producen con la descomposición de las plantas, de los muertos y de los enfermos.
    A mí me habían atacado todos a la vez, pues sentado en el suelo detrás de la puerta, con las piernas extendidas, veía la herida abierta en el muslo, grande, sangrando, con trozos de las zarzas enganchadas en el borde irregular y en el fondo un color verde azulado débil.
    Estaba a oscuras y veía . Notaba que una ligera nube me rodeaba como un halo pútrido, pues esto es lo que empecé a oler. Era tan hediondo que me hizo vomitar.
    Me arrastré al camastro, cogí agua, comida y recado de escribir y me subí a el.
    Me quedé dormido en un duerme-vela lleno de sudores y miedos, por lo que me desperté más débil todavía.

    Cuando llevaba cinco días encamado, la herida se ennegreció, pero lo peor fue el pié que se había convertido en una masa informe, en la que ya no distinguía los dedos y adonde acudían unas ratas enormes, negras, a comer, que salían de entre las tablas del suelo. No sentía dolor, pero la rigidez de mi cuerpo de cintura para abajo no se correspondía con la relajación de esfínteres que padezco.
    La comida no me pasaba y además se pudrió también.
    Quince días después del suceso del cementerio, sigo en el camastro y decido escribir por si alguien lo lee.
    “Estoy muy débil, a oscuras y la parte del cuerpo de cintura para abajo es una masa informe que destila además de ese olor pútrido, un líquido fluorescente que hace que pueda distinguir las formas de la habitación.

    Cuando las campanas de la torre de la iglesia daban las doce de la noche, se empezó a filtrar por la rendija inferior de la puerta una nubecilla azul verdosa que invadió la habitación y se mezcló con mi fluorescencia, mientras fuera se oían unos susurros, unos cánticos quejumbrosos y una música que rechinaba en mi cerebro, era la Santa Compaña que venía a recogerme.
    Invoqué a Dios y a todos los Santos y maldije a la vieja bruja del pueblo que orinaba con las piernecillas abiertas, en el regato que bajaba entre las casuchas y arrastraba todos los desechos de los vecinos, mientras me echaba el mal de ojo.

    La Santa Compaña se retiró y yo me quedé sumido en el sopor del esfuerzo que había realizado para luchar contra los no vivos y recordé.
    Hace muchos años, unos amigos y yo, adolescentes, fuimos a garullas, a comer unos membrillos que teníamos localizados en un prado cerca del río, cuando vimos en el agua, desnuda, bañándose a la tonta del pueblo. Unos decían que era medio bruja, pero nosotros que éramos muy jóvenes, no dudamos.
    La cogimos entre todos y uno detrás de otro, malamente abusamos de ella y la abandonamos entre unos matorrales, mientras  a voz en cuello y diciendo nuestros nombres iba programando nuestro final, cada uno de una manera diferente.

    A mi me miró a los ojos y me predijo que moriría pudriéndome en vida, a otro, quemado, otro más, de una coz y así sucesivamente.
    Nos fuimos al membrillar riendo y dándonos empujones, pero esa noche en la soledad de mi dormitorio, tuve miedo y no pude conciliar el sueño.
    Desde ese día hasta hoy, han ido desapareciendo mis amigos, uno, en un fuego en su casa y estuvimos oyéndole gritar durante mucho tiempo.
    Otro, apareció en la cochiquera, con la tripa abierta de lado a lado, las vísceras todas fueras, bueno, lo que quedaba de él, pues los cerdos habían dado cuenta de buena parte de su cuerpo y su cabeza, sin la mandíbula, arrancada por un puerco, parecía observar sus restos con cara de asco.

    Otro, que desapareció del pueblo, fue encontrado al cabo de los días, en un paridero de ovejas, vivo, pero por poco tiempo, ya que había sido desollado y mutilado. La piel y los genitales estaban delante de su vista y lleno de hormigas. No se quejaba, estaba semiinconsciente y al faltarle la piel y músculos de la cara tenía una sonrisa como de payaso, roja.
    El último de mis compañeros de juventud, apareció en su cuadra, muerto aparentemente por una coz de su mula. Nadie dijo nada, pero el agujero que tenía a nivel del esternón, era difícil que lo hubiera hecho el animal. Se enterró y un silencio sepulcral cayó sobre la aldea.
    Los vecinos empezaron a mirarme de una forma esquiva, a cuchichear y a rehuirme. Cuando me encontraba con la bruja, se acercaba a mi y me empujaba, se reía y se tocaba sus partes. Luego, me pasaba la mano por la cara y salía corriendo.

    Durante dos años, no pasó mucho más, pero mi terror ya era patológico, cuando entraba en casa miraba debajo del camastro y en el resto de la casa.
    Salía de casa por las noches para evitar el contacto de las gentes y me alimentaba de la huerta que tenía y los conejos y gallinas del corral”.

    Ha pasado un mes y yo ya no puedo seguir escribiendo, soy una masa gelatinosa de la que sale los brazos, hombros y cabeza. La luz espectral que invade la casa, ahora se ha unido a la que viene de la calle, a la mía propia y yo me siento derretir.
    La algarabía de la Santa Compaña, aumenta y desde la casa fluye el nuevo fuego fatuo que se une a ellos y se dirigen hacia el camposanto.

    En lo alto de la calleja, está la bruja con las piernas abiertas, brazos en jarras, orinando en el regato y riendo a la vez.

    martes, 7 de agosto de 2012

    AUTOPSIA

                                                                       AUTOPSIA


    Tengo frío, no me puedo mover, estoy tumbado encima de una mesa dura y helada que parece de mármol. Tengo los ojos abiertos y veo una lámpara de quirófano de cinco focos apagada y no se qué me ha pasado, debo de estar con un relajante muscular y a la espera del cirujano, pues no puedo mirar hacia los lados.

    Veo mi reflejo en el cristal de la lámpara y observo que estoy desnudo, que no tengo ninguna herida a simple vista y que no hay ninguna mesa auxiliar del anestesista o de los ayudantes de quirófano.
    Oigo una puerta batiente y aparecen en mi ángulo de visión dos personas con gorro y mascarilla, una de ellas por su aspecto, mujer y la otra, una persona mayor con gafas.

    Se acercan a mi cara, hablan entre ellos y me tocan con dedos enguantados, el hombre apunta cosas en una carpeta.
    Sus cuerpos me impiden ver lo que hacen, cuando me observan el abdomen, pero noto cuando tocan mis genitales y cuando me giran para ver la parte trasera de mi cuerpo, notando las manos y los brazos del ayudante.
    Empiezo a asustarme, me parece que creen que estoy muerto y yo los siento, los veo y les escucho aunque mal. Intento mover los ojos, la mano, un pié, algo, pero no sé si lo consigo. Hablar no puedo, de mi boca no sale sonido, aunque estoy gritando por dentro, es horroroso, no sé que ha podido sucederme.

    El auxiliar se acerca a mi cara y sacando una manguera de debajo de la mesa, abre el grifo y sale un chorro de agua tibia a presión y comienza a lavarme con un cepillo de cerdas fuerte, de forma muy concienzuda, que llega a producir un dolor sordo.
    Me coloca como a la maja desnuda y sigue con el lavado, a mi pesar, me río en mi interior.

    Me seca con una especie de sábana áspera y tiesa y me tapa con otra más suave, quedo en penumbra no sé por cuanto tiempo, la puerta batiente vuelve a sonar con el vaivén y de repente la lámpara se ilumina.
    Me descubren la cabeza y veo a la forense sin la mascarilla, acompañada de mi mujer que me mira con sorna y que se echa a llorar llevándose el pañuelo a los ojos.

    Grito sin chillar, ¡Por favor!,¡ Ha sido ella!,¡ Me ha envenenado!.
    La oigo decir como en sueños que bebía mucho, que comía grasas en demasía, que no hacía ningún ejercicio y que el médico de cabecera ya había previsto este final.
    Se acerca a mí y posa sus labios más fríos que los míos en mi boca y musita un “adiós”, casi inaudible, solo para mis oídos.
    La forense la coge del hombro, la abraza,  y la lleva hacia la puerta con ojo de buey y antes de salir de mi ángulo de visión, mi mujer se vuelve y me guiña un ojo, sonriendo.
    La insulto, me desgañito y no sale nada por mi boca, se aleja y no puedo hacer nada, intento moverme y no lo consigo.

    Se cierra la puerta y el silencio se adueña de la sala, me digo, que todavía tengo alguna oportunidad antes de que inicien la necropsia o si cuando la comiencen sangro o tengo alguna contracción muscular.
    Se oye un carro auxiliar con el ruido de los instrumentos que lleva, la puerta que se abre y que se cierra y las luces de la sala y de la lámpara de cinco focos que golpea mis retinas, mis pupilas no son capaces de contraerse.

    El ayudante cuelga una balanza y veo a través del cristal periférico del foco que coloca en mesas anexas agujas y lancetas de disección, microscopio, cubetas, mecheros de Bunsen, estufas, pipetas etcétera.
    En la mesa de la forense coloca los condrotomos, cerebrotomos, tijeras y escalpelos, sierras, pinzas y escoplos.
    En otra mesa, el material de sutura, agujas rectas y curvas, hilo y porta agujas, navaja barbera, lentes de aumento, cámara de fotos y de video.
    Me vuelven a lavar y noto como el agua recorre todo mi cuerpo y por las ranuras del mármol se dirigen hacia los sumideros laterales.

    De un gancho colocan el costotomo y la sierra eléctrica y yo aterrado, se me relajan los esfínteres y me lo hago todo. El ayudante se enfada, me vuelve a lavar y la forense le dice que suele pasar a veces, que es normal.
    Intento mirarla a los ojos para que se de cuenta de que estoy vivo pero no noto ningún signo de que ella lo aprecie.
    Se pone el gorro con dibujitos infantiles, la mascarilla y los guantes y coge el escalpelo y veo a través de la lámpara, que lo aplica en mi pecho haciendo un dibujo oval limpio, que no sangra y yo me sorprendo en que no siento dolor.
    Debo de estar anestesiado porque la forense está disecando la cavidad torácica muy limpiamente. Al llegar a las costillas toma el costotomo aplicándolo a las costillas y haciendo gran fuerza no consigue cortarlas, requiriendo la ayuda del auxiliar.

    Cuando retiran la plancha de costillas y esternón disecada, queda un gran hueco y veo desde el reflejo del plato de la balanza mi corazón que late convulsamente y en ese momento miro a la médico que me está observando y caigo en la cuenta de la gran complicidad entre ella y mi mujer cuando estaban juntas conmigo, charlando y con unos roces aparentemente casuales.
    Aprovechando que el ayudante está de espaldas, enfrascado en el instrumental que está colocando ordenadamente, se acerca a mí, me besa y me dice “yo cuidaré de ella”.
    Toma el bisturí y metiendo las manos en mi cavidad torácica, secciona limpiamente la aorta y las cavas y la sangre empieza a fluir y a llenar todo el espacio.

    Mis ojos se nublan poco a poco y cuando la forense saca mi corazón con las dos manos y lo coloca en la balanza, yo ya lo estoy viendo todo desde fuera de mi cuerpo y dejo en la sala de autopsias a la amante y en la sala de espera a mi amada, bueno a su amada.