NOCHE DE BODAS.
El buen hombre nunca llegó a cruzar el umbral.
El golpe que propinó a la mujer que llevaba en brazos contra las jambas, en la cabeza y en los tobillos, fue de tal intensidad que retrocedieron dos o tres pasos y se dieron contra la pared del otro lado del pasillo, cayendo en una maraña de brazos, piernas, el traje de novia hecho un revoltijo y clavándose el novio en sus partes la empuñadura de la espada ropera, toledana y damasquinada con la que habían partido la tarta.
La diadema regalo de la suegra, al dar en el dintel de la puerta salió despedida y rodando por la escalera llegó al hall del Hotel donde iban a consumar el matrimonio que había concelebrado el cura de la parroquia del pueblo.
Se quedaron sentados, uno enfrente de la otra, uno con la mano en la entrepierna y la otra con la mano en la cabeza.
Mejor entrar con cuidado y no tener tantas ganas, ansia que eres un ansioso.
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