BAZAR - AZAR
¿Dónde
estoy?.Casi no me puedo mover.
Tengo puesta una
camisa de fuerza, los brazos pegados a los costados, no puedo hablar, ¿Qué me
han hecho? ¿Porqué?.Me siento mojado, habrá sido por los nervios, empiezo
a ver, las paredes blancas, como
acolchadas. No recuerdo nada, me habrán inyectado algo, tengo miedo.
Estoy en la
Unidad de Salud Mental y Conductas Adictivas, que digo yo que qué habré hecho
para estar aquí con esta máscara que me impide gritar.
Empiezo a
recuperar la memoria, salí del trabajo hoy o ayer, bueno, la verdad es que no
tengo ni idea, no sé, tenía que comprar un regalo para el cumpleaños de mi
mujer y entré en una zapatería de la calle Mayor.Es tan agradable pasear y ver
los escaparates, bueno y los tres vermúts con su aceituna que me tomé en una
terraza.
Estuve viendo unas sandalias y unas botas
preciosas, como de piel , altas y bajas, con esmaltes, también unas manoletinas
y unas alpargatas. Me gustaban unos zapatos de salón de ante azul y unas
sandalias de piel con plataforma, estaba a punto de elegir al azar cuando de
repente una dependienta muy amable se me acercó.
Disculpe, me
dijo, tenemos otros modelos que le van a gustar más. Tenía sim-
plemente que
decir que no, que tenía prisa, cualquier cosa, pero era guapa, el aperitivo me
tenía ligeramente enardecido y tenía tiempo, así que claudiqué, craso error. El
azar vino en mi contra.
En una mesa
grande de la tienda, empezó a colocar un montón de cajas de las que iba
extrayendo multitud de pares de calzado, yo empecé a dudar, quería rescatar el
espíritu de mi mujer, del cual yo me había prendado, pero no lo encontraba en el batiburrillo que
se había formado, la mano de ella se enredaba en la mía y yo por un lado
buscaba y buscaba y por otro entraba en el juego erótico del roce.
Ya había perdido
el norte, me reía por nada y no paraba de decir tonterías.
De repente, me
dice que han recibido un pedido nuevo, con las últimas noveda-
des de fábrica y
que me las va a traer. Intento resistirme, pero cuando me doy cuenta ya está
subiendo por la escalera con ese movimiento tan sensual.
A partir de ahora ya
sé que no se puede pensar en cosas excitables teniendo una camisa de fuerza
puesta, porque el tiro me está matando ( me viene a la memoria el clip de los
picardías de las mujeres ) y porque no tengo las manos libres.
Baja por la
escalera toda sonrisa, pechos, piernas y un montón de cajas que la impiden ver con claridad, se
acerca trastabilleando y al intentar ayudarla y coger el mamotreto, la rocé en
no sé donde ( sí, lo sé ) y se deshizo entre nosotros y cayeron en la mesa
decenas de zapatos, que digo, centenas y aun miles, yo ya, ya yo, dudaba si lo
que quería eran unas katiuskas o unas manoletinas.
La mesa era un
caos, los zapatos se caían por los
bordes resbalándose y mien-
tras nosotros,
intentábamos lo contrario, con risas y con poco éxito. Los demás clientes
miraban estupefactos y asistían con un poco de envidia tal vez a este juego en
el que quizás también querían participar.
Ya no sabía
porque estaba allí, era como un sueño que creo había tenido más de una vez,
estábamos los dos en el suelo, riéndonos, yo, con un calentón que no recordaba
y de repente al ponerme de pié choqué contra la estantería de la espalda y como
las piezas de un dominó empezaron a caer una detrás de otra, con el consiguiente escánda-
lo y estropicio.
Me levanté y me
puse a buscar los zapatos de ante azul entre el caos que había en la tienda,
gritaba y tiraba los pares a lo alto y no dejaba que nadie me tocara, ni
siquiera la dependienta buenorra, y a cuatro patas recorría la tienda a una
velocidad en-
diablada, hasta
que choqué con un muro de piernas, que izándome en volandas me colo-
caron la camisa
de fuerza que llevo.
Según me llevan
a la ambulancia, noto dentro de la camisa un zueco de base de madera, noto la
sonrisa de la joven y también noto el clip del picardías.
No creo que mi
mujer me crea, sobre todo cuando vea la foto en la prensa de la dependienta,
dándome un beso en la boca.