domingo, 20 de noviembre de 2011

CONCURSO DE MICRORRELATOS CUENTOS Y SOMBREROS - BORSALINO

                                                    BORSALINO.

Conservo un Borsalino gris de mi padre, con la cinta negra anudada en el lado izquierdo y hecho de un fieltro suave que cada año que pasa lo es más. Estaba orgulloso de él y me contaba que el fieltro estaba hecho de pelos de conejo o liebre y que no tenía nada que ver con los sombreros Trilby y Fedora.

Cuando repaso las fotos amarillentas o sepias de su álbum, caminando junto a mi madre como una pareja de cine, con su borsalino y un cigarrillo en la mano, me transmite toda la fuerza que tenía, en su andar seguro y protector.

Por eso, cuando siento que en mi vida me falta energía, cuando veo que los problemas acechan a mi familia, saco del sombrerero el borsalino de mi padre, me lo pongo y él desde donde esté, me transmite la fuerza que me falta.

CONCURSO DE MICRORRELATOS CUENTOS Y SOMBREROS - CHAPIRI

                                                   CHAPIRI.

Entré en el 77 en la Academia General Militar de Zaragoza como aspirino. Me presenté como caballero cadete con mi uniforme de paseo y gorra, pero el primer día me dieron un petate con la ropa de cuartel y de estudio.

En el saco iban dos tipos diferentes de prendas de cabeza, el chapiri y la teresiana, que inmediatamente eran objetos de deseo para los demás compañeros y veteranos, pues toda su ilusión era quebrar la visera de la teresiana y dejarla así para los restos.

Y al chapiri, descendiente de los gorros isabelinos, quitarle la borla.
Me he doctorado en Medicina con un estudio sobre el complejo de Aquiles de los capadores de borlas de los chapiris y el complejo de Brummel de los quebradores de teresianas, recibiendo un Doctorado Sobresaliente Cum Laude.

Mis gorras no llegaron vírgenes a la Jura.

sábado, 19 de noviembre de 2011

I CONCURSO DE RELATOS BREVES "CUÉNTALE UN CUENTO A LA REPUBLICANA" - EL SIFÓN

                                                                EL SIFÓN.

En Extremadura, en agosto, atravesar cualquier plaza para ir al colmado a por el sifón, solo es posible si uno es niño, porque hasta los pajarillos caen redondos. Además se da la circunstancia, de que ese niño tiene que ser el pringao de la familia.
El calor es seco, asfixiante y hace boquear, la cabeza se calienta, la ropa ni se moja de sudor y los pies se pegan a la zapatilla y al cemento.
 Llegas al colmado y lo primero que ves en el suelo es el barrilito de arenques secos colocados helicoidalmente, penetras entre la cortina de múltiples cordones con cilindros verdes de madera que producen un ruido, que si no fuera por el tendero, estarías media tarde haciendo música.

En el techo colgando, tiras de un papel enrollado pegajoso llenos de moscas y en el mostrador, platillos como con azúcar llenos de lo mismo. Ya no hay moscas como las de antes, eran inteligentes, pertinaces, vamos, cojoneras.
Por eso en las mejores mesas  camillas, no faltaba el matamoscas o el fu-fri  como llamábamos al DDT.
En el mostrador, el surtidor de aceite que si tenías la suerte de verlo funcionar, era una maravilla, subiendo y bajando los émbolos.

El suelo lleno de sacos con el embozo vuelto enseñando garbanzos, judías, arroz, lentejas, harina etc. etc.
Entregabas el sifón vacío al orondo y sudoroso tendero y él te daba otro de la fábrica Loreto de Talavera de la Reina, que sacaba de una caja que tenía al fondo tras una tela de saco como cortina.
El colmado  era como un castillo por descubrir, debía de tener muchos secretos y tesoros, sin hablar de los dulces y caramelos que se veían a simple vista.
En el pueblo los niños no llevábamos dinero nunca, todo se apuntaba, ya vendrá mi madre, al final de la semana vendrá mi padre. Así era imposible sisar, dependíamos de la generosidad del tendero, que era poca.

Costaba salir otra vez a la carretera, pues la Nacional V atravesaba el pueblo y el asfalto se reblandecía, olía como a brea, como si lo acabaran de poner. A veces cuando el calor era infernal, te echabas un trago a presión y otro por la cabeza, y cuando entrabas en casa lo dejabas corriendo en la fresquera y te ibas al patio.

Se comía en la cocina, porque  era el sitio más fresco de la casa de muros de adobe y a la entrada, en una cantarera teníamos una tinaja de agua, tapada con una madera y encima un cacillo desportillado de uso común y estaba siempre fría.

Éramos cinco hermanos y nos daban nuestros padres una peseta por el domingo y con ese dineral, pocas cosas se podían comprar, el chicle Bazooka ya costaba dos reales y un cubilete de pipas otros dos, por eso poníamos a secar las pepitas del melón y de la sandía al sol y cuando podíamos también las de la calabaza.
 Entonces con los dos reales o te tomabas una leche merengada o un polo, que era completamente artesanal.
El pipero rascaba con una rasqueta con forma de cajón alargado un bloque de hielo y cuando le daba forma y le ponía un palo preguntaba si lo querías de fresa o de menta y entonces de unas botellas esparcía el líquido por la superficie.
Cuando chupabas muy fuerte, veías como el polo se iba quedando blanquecino y al final solo era de hielo, pero estaba por lo menos frío.
El chicle era fijo y tenía que durar toda la semana hasta la misa de domingo a las doce, durante las comidas estaba prohibido sentarse con él en la boca. Según íbamos entrando en la cocina para comer, lo dejábamos pegados en la parte trasera de la cántara de agua y a la salida nos peleábamos por coger el más rosita. De todas maneras hacia el viernes ya eran de un color indefinido y de una consistencia pétrea. Había algunas soluciones para mejorarlo, como masticar a la vez el chicle con una mina de los lápices alpino de colores, pero solían quedar como con tierra.

En el pueblo vivía una niña de nuestra edad, que era especialista en mascar tu chicle y tu mina y te lo dejaba suave y teñido perfectamente.
 Había que pagarla con botones, tabas o cromos y se llamaba Toñi “la hilvaná”, que era el mote de todas las mujeres de esa familia, se supone que alguna ancestral saldría un día con una falda hilvanada.
Durante la comida, mi padre ese día, descendió del Olimpo y nos sorprendió con una clase magistral sobre los sifones que aún recuerdo. Que yo lo recuerde, no es fruto de mi inteligencia, sino de las veces que me lo hizo escribir por estar pegándome con mi hermano por debajo de la mesa.
Nos relató que el inventor del sifón fue un clérigo disidente inglés llamado Joseph Priestley, que era científico, teólogo, filósofo, educador y teórico político, que tuvo que huir en 1791 a los Estados Unidos, porque proclamaba la independencia de América y el triunfo de la revolución  francesa. Descubrió el agua carbonatada, pero pasó mucho tiempo hasta que una empresa argentina creara el sifón recargable.

Por similitud de un líquido que asciende por un tubo, se llama sifón al recipiente hermético que contiene el agua carbonatada o agua de Seltz o soda o gaseosa. En España decimos, dame un tinto con sifón, pero está mal dicho, porque lo que te echan es el agua carbonatada que está en el interior a presión, mantenida por el equilibrio entre el CO2 disuelto en el agua y el gas libre.
Como a veces explotaban, se les colocaba una malla metálica y en cada comarca existían multitud de fábricas de sifones y de gaseosas, cada una con nombres de la zona.

En el recipiente se introduce un tubo acodado, el más largo hasta el fondo y el más corto con salida al exterior y lleva una válvula para evitar el goteo. El agua produce el gas que hace presión a su vez sobre el líquido y lo empuja por el tubo largo hacia el exterior. Un sistema de clavija o gatillo hace que la válvula ceda y  permita la salida del agua carbonatada.
Yo había desconectado cuando empezó a decir el nombre del inventor, pero al terminar me preguntó y yo no supe que contestar. Me dictó unas cuantas frases y me dijo que lo copiara cien veces.
En el verano de los años 60, en Extremadura, la siesta era sagrada, quisieras o no, todos a dormir o por lo menos no hacer ningún ruido. Cosa imposible, pues nos metíamos todos en esa cama antigua de la abuela y a veces con primos y aunque la intención fuera buena, en pocos minutos las risas, los lloros inundaban la casa hasta que de golpe se abría la puerta y el Dios lanzaba sus rayos mortales y a quien Dios se lo dé, San Pedro se lo bendiga. Así hasta que al final salía nuestra madre y nos echaba de casa.

Para merendar, bocadillo gigante de mantequilla con dos onzas de chocolate o de jamón, bueno, del tocino fresco y sonrosado que hoy día despreciamos.

Los chicos por un lado con el aro, que había virtuosos que hacían maravillas gracias a la guía que se fabricaban en la fragua. Otros con la peonza, que ya no era sacar a la contraria del círculo, sino rajarla con la púa que introducíamos en ella.
 Otros con los boliches o canicas para jugar al guá. Las tabas eran más de las niñas, son de hueso, el astrágalo del animal y se jugaba tirando una al aire y recogiendo el resto dependiendo de la cara que ofrecen, picos, hoyos etcétera.

A las afueras había un pilón grande en un prado y allí íbamos a bañarnos unos días los chicos y otros las mozas. El agua era verdosa, el borde resbaladizo y nos tirábamos en pelota picada sin pudor ninguno. Luego secado al sol, un cigarrito si teníamos y comer la fruta de temporada, lo que se llamaba ir a garullas, que a veces el membrillo verde te dejaba la boca que parecía que no era tuya.
Onán no era extremeño, pero nosotros practicábamos sus enseñanzas en compañía.
Alguna vez fuimos a espiar a las chicas, pero si se daban cuenta teníamos que salir por patas, porque nos amenazaban con los hermanos mayores que eran unos brutos.
La cena en el pueblo en verano era suave, quesos, jamón, morcilla patatera y de calabaza y vino con sifón para el Dios y los demás agua. Además, una ensalada de tomates que llamaban rin-ran.

Mi Dios nunca llegaba a la hora y mi madre nos mandaba a la taberna de uno en uno para buscarle. Nos encantaba ir, pues según entrabas, algún convecino decía “Lauro, ahí está uno de tus muchachos, a casa”, pero él no hacía ni caso nos daba unos cacahuetes y pedía otra ronda.
Cuando ya iba el último, pagaba y se retiraba abrazado al que fuera y a casa a cenar. Mi madre de morros.
Después de cenar, un poco de tertulia en la mesa  camilla y como no teníamos televisión se aprovechaba para limpiar las lentejas.
 Se vaciaba el paquete en el centro y metiendo la mano cada uno desde su sitio, las iba trayendo hacia sí y quitando los pedruscos que tenían. Si comprabas un kilogramo se quedaba en medio sin exagerar.

Mi padre adormilado y si rezábamos el rosario ya ni te cuento. Tenia truco, había que saberse el inicio y empezar alto y luego disminuías el volumen hasta terminar en un susurro. Mi madre se armaba con el matamoscas y daba igual a quién daba, fuera mosca o el que no seguía los misterios. A Dios nada, era muy injusta.
En el pueblo, existían tres o cuatro televisiones, nosotros íbamos a casa de unos parientes y entrábamos en la casa, pero en el borde de la carretera nacional se colocaban los vecinos que se traían sus sillas.
 El primo de mi padre colocaba la tele frente a la ventana y la abría y entonces se formaba como un patio de butacas en la carretera. Cuando pasaba un coche, cada uno cogía su silla y se retiraba para que pasara, pero era muy raro.
Recuerdo pocos programas de aquella época, pues entre el sueño y la nieve, que a pesar de ser agosto caía siempre en Madrid no se veía casi nada.
El retiro a dormir era de toda la familia, entrabas en la cocina y te tomabas un tazón de leche con una nata que no he vuelto a ver en mi vida y mientras en tus labios notabas la porcelana descascarillada, veías en la mesa el sifón vacío y ya sabías el recado del día siguiente.





domingo, 13 de noviembre de 2011

IX CERTAMEN UNIVERSITARIO DE RELATO CORTO JÓVENES TALENTOS - EL 69


                                                                       69

Estoy confundido, me he metido en este concurso y no sé por qué. Primero el tema, porque hablar del 69 y hacerlo bien ( me refiero, al hablar) necesita de una madurez que quizás yo no tenga, bueno sí, dentro de unos meses cumplo sesenta años.
Segundo, concurso de jóvenes, ahí ya no entro, la vida ha cambiado, pero en mi época mi edad ya era de viejo. Pero de espíritu estoy fenomenal. De memoria......... ¿...?

Tercero, jóvenes talentos, hombre, uno tiene su ego, ego no, YO, enseguida me voy al etimo latino por culpa de los curas. Talento se puede considerar como un potencial, si es así, potente, potente tampoco. Tomo unas pastillitas azules muy buenas, creo que se llaman valda o tosiletas. También tengo una moneda griega de colección, un talento.
Me enrollo como el abuelo Cebolleta, vamos al tema, el 69.
Es la cosa más maravillosa que me ha sucedido nunca, tenía ganas de que sucediera, pero no pensé que iba a llenar todos los agujeros de mi YO universitario.
Si he conseguido que alguien haya leído hasta aquí, me doy por satisfecho.


En el 69, empecé en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, con toda la ilusión del mundo, corría el principio de la segunda mitad del siglo pasado y aquí sigo, vivo, porque la carrera ya la terminé, no seáis mal pensados.
La UCM en el 69, era una Universidad con vida propia, inquieta, los profesores, los alumnos estaban poseídos de una fuerza, que además de intelectual era política.
Mayo del 68 pasó rozando España pero dejó posos y semillas.

Se leía “Salut les Copains”, y entre los amigos nos pasábamos la revista, pues era cara, además, íbamos a las películas de arte y ensayo, en extranjero, no se entendía nada, pero a veces se veía alguna teta ( amarcord, cuerno de cabra, Pasolini ). Recuerdo una, que se llamaba “paseo por el amor y la muerte”, que salimos diciendo que era una metáfora de no se qué y una alegoría de no se cuantos y que iba en contra de los padres, curas, ejército y de Franco. Y te quedabas como Dios.
Las relaciones sexuales, como existen hoy día, ni por asomo. Las mujeres no se como lo arreglaban, pero en  los hombres era puro egoísmo. Las discotecas eran un sin vivir, bailando rápido, como se decía antes, pero en cuanto empezaba el lento, las tías se retiraban a por la mirinda y nosotros caminando de una mesa a otra, preguntando ¿bailas?. Una y otra vez, sacando paquete en vez de pecho, que parecía que nos fuéramos a caer hacia atrás. Además terminabas con agujetas en los brazos al día siguiente, cuando al final conseguías bailar con alguna..
 El tique de la consumición en el bolsillo, para cuando ya estuvieras sudado, pues no había segundo. Tarjetas no tenía, no se si existían, pero tarjetas VIPS de discoteca, un montón lo que te permitía entrar y salir, en la disco Alma te daban un media naranja de cartón e ibas como un capullo buscando la otra media, a oscuras y dejándote las espinillas en las mesas bajas.
Los guateques, ni te cuento, lo bonito era prepararlos, había más sexo los días previos que el día del evento, pero también era egoísta.
 El pick-up reluciente, el disco de Idea de los Bee Gees, en su funda, las cortezas y las bebidas escasas, las chicas también.

A veces había que bajar a la calle y preguntar a las que pasaban, los demás en el balcón animando, en eso hemos empeorado, porque ahora, ninguna chica subiría y antes no había tanto miedo.
Teníamos un preservativo para el grupo y por si acaso, cada dos semanas lo llevaba uno en su cartera y tenía que estar atento a las jugadas para no dejar a nadie sin él. Cada tres meses se cambiaba, porque con el trasiego de unos y otros, el plástico del envoltorio se abría y se llenaba de bolitas por dentro. Los bolsillos de entonces hacían pelotillas.

Los retirados se usaban para practicar y esto es un pensamiento profundo mío, mi generación era la más ducha y experta en la colocación, pero no en el uso.
A pesar de lo que he contado, de vez en cuando se daba algún caso de buena suerte, yo sin ir más lejos dejé plantada a una chica en la Iglesia. Fuimos a misa de 12 y antes de entrar la dije que si nos hacíamos novios y me miró a través del velo y me dijo que no.
Durante la Eucaristía, aprovechando que se había arrodillado, me fui deslizando hacia atrás y me di la vuelta desapareciendo, ya que no había nada que rascar.
Los padres no son como los de ahora, la madre una curranta de la casa y la que manejaba el cotarro familiar. El padre era un ser superior que a veces se dirigía a uno y no siempre bien. Estaba todo el día con broncas por tener las manos en el bolsillo y aunque tú decías que era por tener bolitas, ni caso.
 Con el pelo era fijación, que qué melenas, que si pareces un inglés de esos, que vuelve a la peluquería que te rebajen un poco más. Más rebajado que en ese momento, nunca. Mientras bajabas por la escalera y siempre que la puerta se hubiera cerrado, te volvías y lo ponías a parir.
Nunca fuí ni buen ni mal estudiante, ni buen ni mal deportista, coño, pero mis padres, no fueron ni una vez al colegio. Hoy día, la asistencia del padre a celebraciones varias en el colegio de sus hij@s, está por encima del 50% y además cargado de cámaras y videocámaras. Envidia pura.

Los billares, eran en nuestra época, lo mismo que las bibliotecas son hoy día, centros de reunión y para quedar. La única diferencia es, que en los billares no entraban las chicas y nosotros nos podíamos pasar una tarde jugando al billar, al ping-pong  o al pinball, sin casi acordarnos de ellas.
Quería haberos hablado de la Universidad de entonces y compararla con la de ahora, pero no puedo, porque hoy día, falta un elemento consustancial en las facultades y es el “gris”.
En el campus universitario los grises campaban a sus anchas, a pié, a caballo y en los vehículos que llamábamos lecheras, posiblemente por los golpes que salían de allí.
A veces eran más que los estudiantes y se establecía una cierta relación de proximidad con ellos, dicen que el roce hace el cariño. El roce sí, pero no con la porra.



Hace poco, en una comida con unos  policías conocidos de una Comisaría, recordamos aquellos agradables momentos que pasamos juntos y nos reímos mucho.
 Pero sigo recordando el ruido de un gris a caballo con una fusta-porra enorme, al galopar y resbalar sobre los adoquines y al volverme, encontrarme con la mirada concentrada y el bigote arrugado por el barboquejo.
Un día que iba a la facu más tarde, al llegar a la avenida complutense me encontré con un muro de grises, que atravesé sin problemas, por parte de ellos, porque por la mía, el temblor debía de ser ostensible. De repente me encontré de frente unos centenares de estudiantes, quizás miles o millones ya no recuerdo bien y yo empecé a caminar hacia ellos, rezando para que ninguno de la liga joven o revolucionara, dijera nada en alto sobre los familiares de los policías.
 Cuando estaba a punto de llegar a la muralla de salvación, se oyó un Hi de Pu al fondo y aquello fue el llanto y el crujir de dientes, la desbandada fue un éxito.
En el 69, los trabajadores de grandes empresas y los obreros acudían con frecuencia a la Universidad para concienciarnos de sus problemas y nosotros a su vez de los nuestros y con poquito que nos dijeran se organizaba una huelga.
Entre la facultad, los grises, Franco, las chicas, inicié una fase de mi vida existencialista y empecé a vestir de negro e ir a unos sótanos o solares donde se ponía música psicodélica y se proyectaban como amebas de colores o burbujas siempre en movimiento. Tocaba mucho Pau Riba.
Yo le quité a mi madre una pellica enorme de lana inglesa que parecía piel de animal y me la ponía para salir e ir a la facultad y como yo era fuerte, robusto, bueno, gordo, talmente era un oso.
La Complutense, no solo era el recinto universitario, a ella también pertenecían por derecho propio, el bar Manolo, los porrones, casa Paco, el Chapandaz con su leche de pantera, los lagartos en Rosales, Marius y los corazones de indio, los grogs de Tirol, los billares de Argüelles y de Princesa, la calle de los libreros con Doña Pepita, la Felipa o la casa de la Troya.
En el 69, empezamos medicina cerca de dos mil alumnos, las clases de quinientos, los profesores y catedráticos desbordados y encima el primer curso selectivo, pasamos  a segundo unos quinientos. Un desastre.

En el 81 volví a la UCM para cursar la especialidad de Estomatología, pero ya nada era igual, los grises ya eran marrones y no estaban. Los estudiantes estudiaban y ya no te dejaban los apuntes, había grupos de estudio, la competencia acechaba.
Fueron dos años, pero quizás los peores de mi vida universitaria, el modo de vida, la universalidad del conocimiento y en esto incluyo los bares de la zona, había muerto.

En el 2011, he vuelto a la UCM para continuar mis estudios de Derecho, que los tenía abandonados. Estoy como un niño con zapatos nuevos, me he adaptado a Grado, tengo estumail (no sé usarlo bien), casi todo por ordenador.
Entré en clase y se levantó hasta la profesora que es más joven que yo, agaché la cabeza y subí hasta una esquina del banco corrido, los jóvenes me miraban y cuchicheaban, creo que doy el cante. Voy a cambiar el vestuario, no sé como me quedaran los pantalones caídos, tendré que tirar los ocean rotillos.
He dicho a mi mujer que no sé dónde quiero ir con el Erasmus ese, pero ya veré, se ha reído en mi cara.

El otro día la profe nos convocó a un homenaje de la fundación de D. Enrique Ruano estudiante de 5º de Derecho que falleció en extrañas circunstancias el año de 1969 y preguntó si alguien sabía quien era. Un silencio sepulcral invadió la clase y a mí me dio vergüenza levantar el dedito. Éramos contemporáneos.
Tengo unas gemelas preciosas de 18 primaveras que este año empiezan en mi UCM, pedagogía y trabajo social. Les comenté que las podía llevar en el coche hasta la puerta y me dijeron   “papaaaaaa,  por favor”. Tampoco quieren ir conmigo al Erasmus, no lo entiendo.
Cuando miro alrededor y veo la juventud de mis compas y la procedencia tan dispar de sus orígenes, creo que estoy fuera de lugar, pero cuando entran los profesores y nos transmiten el conocimiento, dejo de ser el yo mayor y me convierto en una esponja, ávida de saberes, lo peor es la neurona que me queda, que está tarda y achacosa.
De todas maneras, vosotros, los jóvenes talentos seréis los dueños del mundo y os recomiendo que aprovechéis los estudios y también disfrutéis de vuestra edad, porque esa no volverá y creo que no hay nada mejor, que la vida de estudiante.

Por eso, yo vuelvo cuando puedo, porque la Universidad es la mejor pastillita azul que existe y cuando termine Derecho seré Registrador de la Propiedad.

RELATOS EN CADENA SEMANA 7ª DUDAS

Muerto, pero mío, vivo, pero tuyo, no sé que prefiero, la verdad. Debería dejarte porque el daño que me estás haciendo cuando te vas con otros y me lo dices y me lo echas en cara es tanto, que creo que mi corazón se va a romper en pedazos.

Quizás sea lo mejor, que me sigas humillando, degradando, hasta que yo muera de amor y entonces se te acabarán los triunfos y ya no podrás ganar la partida. En ese momento, yo, como el ave Fénix, reviviré. Y tu te irás.