eCHAR SU CUARTO
A ESPADAS O NO
El cabo Hopkins repartía las
cartas con la izquierda, con la derecha, sobaba la entrepierna de la prostituta
que estaba de pie a su lado.
Los otros jugadores de la partida de póker, mirando
a través de la nube tóxica del tabaco, no perdían ripio de los escarceos de su
amigo entre los pliegues de la braguita.
Alguno se mojaba los labios con la lengua,
mientras gotas de sudor corrían por sus jetas y se movían incómodos en sus
sillas.
Los ceniceros a reventar y las botellas de whisky reventadas, los ojos
de todos, fijos en el sexo de ella, mientras, un as tras otro, caían en su
mano.
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