INJUSTICIA
Estoy muy enfadado, eso es poco, cabreado muy cabreado. No sé si valdrá para algo lo que voy a denunciar, allá voy, el premio es para jóvenes y yo, estoy fuera, Hors d’Age, acabo de cumplir sesenta años, me parece de una injusticia total y absoluta. Universitario si soy, he retomado la carrera de Derecho que tenía aparcada, como Don Camilo. Creo que él, si viviera, me daría la razón y me diría que quién pillara los sesenta tacos que tengo y que soy un chaval.
Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes, ja, ja y ja.
Donde esté una madurez sosegada y sesuda que se quite la juventud intranquila y sexuada. Pura envidia, lo reconozco.
En el 69 empecé medicina en la Complutense y eran otros años y eso, pero había un respeto hacia los profesores y sobre todo a los grises que ni te cuento.
La educación que recibimos en el colegio marca, sobre todo si te daba el profesor de turno con el cepillo de borrar el encerado o con el artilugio del demonio que usaban los maristas, la Chasca, que era como una pinza de madera, más grande y que hacía un ruido seco y según eran los toques en intensidad y número significaba una cosa u otra, que si de pie, que si sentados, recreo etc.
El colegio de los años sesenta era la selva en la que nos sumergíamos la juventud de aquella época, solos, sin el apoyo de la familia ya que ni mi padre ni mi madre acudieron nunca a preguntar que qué tal me iba. Si veías a algún padre esperando ver al director, ya sabías que habría un expulsado o dos.
Las injusticias que se cometían en el colegio no salían del ámbito escolar pues se corría el peligro de que en casa te cayera otra de tu padre ya que siempre decían que seguro que era merecido y que poco había sido el castigo, que por él hubiera sido mayor.
Y eso que lo que mis ojos han visto me recordaban las torturas que infringieron los japos en la segunda guerra mundial a los americanos.
He visto levitar a un compañero de clase solo sujeto por las patillas, a otro, un cura le acarició suavemente las dos mejillas para descargar las dos manazas a la vez con un golpe seco. Y que decir de la regla de madera de cincuenta centímetros, maciza, que caía con dureza sobre uñas o sobre las palmas abiertas y si las retirabas aumentaba en número y fuerza.
Pero dentro de los castigos corporales que soportábamos, el que yo consideraba peor era el del silbato contra la cabeza en plan capón, porque además del chichón que se producía casi de inmediato, se notaba en el paladar como un sabor metálico y a sangre al pasar la lengua.
Hoy en día el escolar es sagrado, es no solamente intocable sino que se permite el lujo de amenazar al profesorado con un se lo digo a mi padre o madre, que acuden indignados al director o a veces a la prensa o a televisiones locales.
En las casas de mi tiempo, como casi todas las familias eran numerosas por los puntos que era lo que aumentaba el magro sueldo de nuestros padres, lo normal era el hacinamiento. Yo por ejemplo, en un cuarto que la cama era la mitad del mueble librería que se tenía que abrir por las noches, que si extendía los brazos tocaba los extremos de la habitación y que la mesa de estudio era de libro que se plegaba de vez en cuando de improviso arrastrando lo que tenías encima al suelo.
Yo tengo cuatro hermanas y el baño era semanal y con la misma agua, así que cuando me tocaba a mí que era siempre el último había como una nata negruzca que manchaba el límite entre el agua y la bañera. Un día sin saberlo, me sequé la cara con un pañito como de fieltro rojo muy suave que luego me enteré para lo que servía cuando mis hermanas y mi madre se cachondearon de mí.
Igualito que hoy en día, que los niños tienen en su cuarto, que es individual, televisión, ordenador, móviles varios, consolas de juegos, camas que se ven y que te puedes echar siempre que te apetezca y a veces hasta baño particular. Pura envidia, lo reconozco.
Y en la facultad ya ni te cuento las diferencias entre el año 1969 y el actual de 2012 que es cuando estoy cursando primero de Derecho, en la Universidad Complutense de Madrid.
Y eso que el hall sigue igual que cuando en mi época acudíamos a las fiestas universitarias del fin de semana, que por un módico precio teníamos barra libre y así recaudar dinero para el viaje de fin de carrera, único de toda la vida estudiantil que a veces ni siquiera era posible acudir por falta de idems.
Hoy el universitario ha realizado por lo menos el viaje al ser destetado, el de entrar en párvulos, el de primaria, el de secundaria, el de bachiller, el de entrar en la universidad, el del paso del ecuador. Yo por ejemplo no supe de la existencia del mar hasta la mayoría de edad, me imagino que para que no tuviera la curiosidad de conocerlo.
Otra de las injusticias que he callado durante años y que nos separa de los universitarios de hoy día era el servicio militar obligatorio para los chicos y el servicio social de las chicas. Hemos sufrido mucho.
En la Facultad de Medicina en la fachada, hay agujeros de bala de cuando la guerra civil española y el catedrático de cualquier asignatura era como un Dios al que acompañaban sus acólitos en procesión y por detrás a más o menos pasos de distancia según el grado de escalafón en la cátedra.
En Derecho, todavía no conozco a ninguno y las clases son de cuarenta o menos, antes lo mínimo eran quinientos. Entramos en selectivo de Medicina el año de 1969 dos mil y pasamos a segundo quinientos.
Había clases magistrales del cátedro y si eran buenas se le aplaudía y a veces ibas a otras facultades a escuchar por el simple placer de aprender.
Hoy los estudiantes entran cuando quieren e interrumpen al profesor, se van si les apetece en mitad de la clase, usan el móvil todo el rato con el wasarraf de las narices, tienen un portátil pequeño con el que juegan, atienden, hablan con el que está al lado y si tienen pareja hasta se besan y se meten mano. Pura envidia lo reconozco.
Y que decir de mí, pues que soy como un bicho raro, que me llaman de usted, que a veces cuando entro en una clase se pone de pie el profesor. He tardado dos meses en configurar mi estumail y aun hoy día me falla a veces. El campus virtual existe porque lo he visto pero no soy capaz de subir ningún archivo. Les llevo los trabajos a los profesores en mano, soy el único, pero me dejan yo creo que por la edad. Una profesora impelida por la piedad me dijo que si quería nos podíamos twittear y yo que no sabía lo que era eso la comenté que prefería de usted, antes que tutearnos.

Entre clase y clase, en el recreo se tumban en el césped y yo creo que se aman y todo, algunos juegan al fútbol y ni miran. Creo que quieren que juegue con ellos porque me dan balonazos en la espalda como para llamarme la atención. Otro día me empujaron y me metieron entre los pies un skate de esos y casi me mato, pero conseguí avanzar varios metros braceando y perdiendo todas las fotocopias que llevaba en mi cartera de cuero.
Esta es mi vida en la Universidad y encima no puedo participar en el Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes, es una injusticia y apelaré a las más altas instituciones para conseguir que aunque sea el próximo año pueda participar en el concurso.
Pura envidia, lo reconozco.
¡Ay, Epi!, ¡necesito leer esa carta! Me has creado una terrible necesidad…
Editar
Una historia terrorífica, con niños como protagonistas y un gigante lúdico, que encierra un misterio. Con razón la muchacha no quería meterse ahí dentro. Sin embargo, no todo es tan espeluznante, la carta de la hermana desaparecida suaviza el drama, aunque aviva el misterio para el que surgen muchas preguntas: ¿Cómo le fue? ¿Dónde fue a parar?
Una historia gigantesca que deja con ganas de más.
Un abrazo y suerte, Epi
Editar
No creo que haya otro relato que me guste más. Tus textos suelen hacerme gracia siempre; este me ha cautivado.
Editar
La carta no se dónde estará, pero el Tío Tragaldabas y la Tía Melitona, que tantos niños han digerido (a mí incluido) durante décadas, podéis verlos aquí:
https://www.google.com/search?q=la+tia+melitona+valladolid&client=ms-android-vivo-rvo3&prmd=imnv&sxsrf=APq-WBvsh3IxmIOAOcFInIQAasx3tc5Eyg:1645046559334&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwjM4Lr-k4X2AhW4hP0HHVs5CvYQ_AUoAXoECAIQAQ&biw=384&bih=724&dpr=1.88#imgrc=jLXEGS0sDkpqyM&imgdii=C8yT1oPk7VX3qM
Editar
Lo que empieza con un relato de un juego que todos conocemos de nuestra infancia, pasa a tener ese punto trágico con la desaparición de la niña y luego esa carta misteriosa…
Sólo falta un
Continuará…..
Editar
Rosalía, Rosalía
tú lo tienes que saber,
Pues no, lo anterior es de una canción de Cuerpos y Almas.
Tengo la carta sin abrir encima de la mesa.
Un beso.
Editar
Angel, gracias por tu comentario. Eran gigantes para nuestro tamaño.
Un abrazo.
Editar
Edita, cautivado me dejas a mi.
Editar
Rafa, en mi infancia pucelana era el tragaldaba, las marionetas y el barquillero.
Editar
Luz, en la cama te cuento un cuento….
Editar
Deduzco que ahora eres cuñado de Tragaldabas. Muy bueno, Epi.
Un abrazo y suerte.
Editar
Mi padre solía decir que eras un tragaldabas cuando comías deprisa y casi sin masticar, cuando todo te venía bien y no reparabas en si había o no que compartir. Es muy chula tu historia y…¿la carta traía explicaciones?
Un saludo y feliz finde, Epi.
Editar
Creo que soy yo Rafa jaja
Un abrazo.
Editar
Mercedes, era el uso coloquial del glotón.
En Valladolid ya no aparece.
Un beso.
Editar
Un relato genial, Epi. Recuerdo haber visto ese gigante tragón hace tiempo, en algún lugar. Nunca lo usé. Nunca le miré directamente a los ojos, creo. Ahora ya sé porqué. Me ha encantado como has ido acercándote y lo bien que todo está descrito. Maravillosa historia. Suerte y abrazos.
Editar