TU
BOCA en mi boca
Le
indiqué que se los limpiara, se inclinó para sacar una servilleta del bolso y
al hacerlo me mostró el inicio de unos pechos en su escote, yo tenía en mi mano
una gasa para que se quitara la pintura pero se me fue el santo al cielo.
Me
dijo su nombre, que no hace al caso y lo que le pasaba, un dolor en un molar
superior izquierdo. Con los mandos, incliné el sillón y adecué el cabecero para
que estuviera cómoda, el tacto de su pelo me enervó y me demoré más de lo
debido en soltarlo.
Cogí
un espejo y la sonda y me deslicé con el taburete hacia su costado, pegándome
lo qué más pude a su cuerpo, notaba su brazo en mi pierna.
Abrí
su boca y sus labios me quemaron los dedos, me acerqué a su cabeza y olí su
perfume que me embriagó más de lo que ya
estaba. El incisivo central tenía una mancha de carmín que limpié con esmero.
Le comenté lo que tenía y que su boca era de las más bonitas que yo había visto
nunca.
Como
no quería que sufriera, le puse un anestésico en spray y luego al rato la inyección, ahí se sobresaltó un poco,
me agarró la muñeca y al hacerlo puso el codo sobre lo que yo ya tenía
abultado. Con suavidad y diciendo palabras susurradas y tranquilizadoras,
introduje el líquido anestésico en el pliegue vestibular de la mejilla, ella se
relajó pero no retiró su codo, yo no quería que se pasara ese momento.
Levanté
la mirada a mi enfermera y le pedí la turbina y las fresas y al hacerlo me
sonrió como sólo ella sabe, porque conoce mis debilidades.
La
lengua, húmeda y sonrosada se movía acariciándome los dedos, tuve que
concentrarme en la preparación de la cavidad de la caries, pues me estaba
poniendo tenso y temía cualquier contratiempo.
Obturé el agujero. Cuando encendí la lámpara
halógena, su boca se lleno de una luminosidad azulada. Mis ojos iban a los
suyos y nuestras miradas confluían, ella movía su brazo y su codo me acariciaba
más apretadamente, yo me entretenía en su boca, lengua y en un roce furtivo en
sus pechos al volcarme sobre su cuerpo.
Nuestras
respiraciones se acompasaron y enlentecieron, nos quedarnos suspendidos en el
tiempo hasta que otra patada de mi enfermera rompió el hechizo del momento.
Puse
los discos de pulir, veía que mi trabajo se terminaba y poco tenía que hacer ya
en su boca, fuera de lo que me estaba rondando por la mente.
Me
dijo que había sido el dentista más placentero de su vida.
Yo,
que era la mejor paciente desde que acabé la carrera y quedé en la consulta el
sábado por la noche para hacerle una limpieza, ya sin mi enfermera meticona.