necrofilia
Año 1973, Facultad de
Medicina, mi primera práctica en la asignatura de Anatomía Humana, me iba a
marcar de por vida y por eso estoy todavía en la cárcel, catorce años después.
Llegó a una puerta
negra y con una llave herrumbrosa la abrió, entró y con la mano bajó una
palanca e inmediatamente se fueron encendiendo unos fluorescentes hasta dejar
iluminado un recinto enorme con grandes vitrinas y armarios de madera como de otra
época.
Empezamos a pasear
entre los expositores y a izquierda y derecha, grandes frascos llenos de un
líquido amarillento y turbio dejaban ver cabezas cortadas por la mitad,
apreciándose el cerebro, los dientes y la lengua en una mueca de asco y terror.
Otros frascos de
diversos tamaños con fetos en diferente momento de evolución, con sus posturas
encogidas y el cordón umbilical como el cable de los astronautas, que a veces
por las irisaciones del líquido y la iluminación parecían moverse.
Yo me iba encogiendo
según avanzaba por el pasillo y al dar la vuelta , en una especie de rotonda
estaban los abortos monstruosos, con dos cabezas, varios miembros, parte de un
cuerpo que emerge de otro y una cabeza de un bebé precioso al que le faltaba la
calota craneal dejando ver las circunvalaciones cerebrales.
Me apoyé en el lateral
de una de las vitrinas medio mareada y entre dos compañeros me llevaron a una
bancada de madera y siguieron su paseo.
Cuando me estaba
recuperando, levanté mis ojos y en el cristal de enfrente me vi con los brazos
apoyados en mi falda y tras mi imagen que se fue difuminando, empezó a
definirse una multitud de tarros grandes con penes y testículos de diversos
tamaños y formas que flotaban libremente. Me doy la vuelta asqueada y a mi espalda
troncos de mujer cortados longitudinalmente, dejando ver los labios, vaginas y
úteros, uno de ellos con un pequeño embrión.
Me levanté con la
intención de huir de allí, pero me tropecé con algo y caí, perdiendo la
consciencia.
No sé cuánto tiempo
pasó, pero al abrir los ojos una especie de sábana dejaba entrever una luz a su
través. Me quise tocar la nuca porque me dolía pero unas cuerdas o bandas en
mis muñecas me lo impidieron. Notaba frío en el cuerpo y la sensación de estar
desnuda y encima de una mesa de mármol, además creo que me había orinado. Las
piernas, abiertas tampoco podía moverlas.
Al rato, noté como
alguien me tocaba a través de la tela, como me pellizcaba los pezones e
introducía algo en mi. Grité cuanto pude, pero una mano me tapó la boca y una
sombra se acercó a mi oreja y me susurró - Estás sola, les he dicho que como te
encontrabas mal te habías ido, nadie sabía tu nombre.
Se deslizó la sábana
hacia abajo y apareció ante mí el bedel, que introduciéndome una gasa en la
boca, se retiró hacia una mesa auxiliar y mientras caminaba pude levantar un
poco la cabeza y ver que estaba desnudo. Puso un LP en un tocadiscos y empezó a
cantar Alice Cooper la canción "I live the dead" y dándose la vuelta
y bailando se acercaba a mi balanceando su pene enhiesto de un lado a otro.
- No te preocupes
querida. Me dijo al oído.- Me gustarás más cuando estés muerta, ahora solo voy
a jugar contigo.
Ahogándome e intentando
escapar, no dejaba de moverme y él de tocarme y pegarme. Acercó una mesa con
ruedas y de un tarro de cristal sacó un pene enorme y verdoso que me introdujo
lo que pudo a pesar de mi resistencia y lo dejó dentro. Yo notaba como los
fluidos me resbalaban por los muslos y él se reía.
Cogió un bisturí y con
suavidad me lo pasaba por todo el cuerpo, no sentía dolor pero sí notaba como
la sangre caliente huía de mi ser.
Tres días me tuvo así,
atada, sin comer ni beber y haciendo lo que se le ocurría con mi cuerpo, venía
a deshora y yo no podía saber si era de noche o de día.
Una vez me dejó un feto
abortivo sin media cabeza, maloliente, al lado de la mía, cuando se fue
conseguí empujarlo fuera de la mesa de mármol y sonó en el suelo como un golpe
seco que me desgarró el corazón. Deseaba morir, no quería continuar sufriendo
el maltrato de ese monstruo y pensar lo que me deparaba el futuro me producía
un terror indescriptible.
Decidí intentar
provocarle para que me matara y así terminar mi agonía y en cuanto apareció, me
puse a insultarlo con las peores palabras que acudían a mi mente.
Se echó a reír y
tomando el bisturí se dedicó a cortarme, pero esta vez yo me revolvía e
intentaba desestabilizarle y en un momento y sin que él se diera cuenta dio un
tajo a la banda de mi muñeca derecha, disimulé y en un descuido mi mano asió un
botador que introduje por su ojo izquierdo hasta el mango. Cayó hacia atrás y
entró en convulsión.
Me incorporé y cogiendo
el bisturí me liberé del resto y me dejé caer al suelo, sin fuerzas por la
pérdida de sangre y la inanición.
Repté hacia la bestia
que seguía convulsionando, saqué el botador de la órbita y un chorro de sangre
me cayó en la cara. Bebí y me lavé en una pila y volviendo donde estaba le até
con esparadrapos después de desnudarlo.
Con su ojo sano me
miraba con terror y lo cerraba fuertemente, así que con el bisturí le rebané
los párpados, quería que me viera todo el rato.
Le fui desollando con
paciencia y delicadeza durante horas y al llegar a sus órganos se los extirpé,
dejando que se desangrara lentamente.
Nos encontraron horas
después, uno al lado del otro, él con su pene en la boca y el ojo fijo en mi.
Me curaron, me hicieron
múltiples estudios psicológicos y psiquiátricos y me condenaron a 15 años, pues
en ningún momento me arrepentí de lo que había hecho.
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