SANTOS INOCENTES
Aquella Navidad, de niño con 12 años, fui consciente de mi
erección en la cama con Paqui , poco mayor que yo y que me cuidaba desde hacía
cinco años. Ella se dio cuenta y con sus manos debajo de mi ropa, hizo que un flujo cálido mojara mi pijama. Me
abrazó hasta que mis jadeos pararon y se echó a reír.
Llevó mi mano entre sus piernas y sujetándola con las suyas
asistí al primer orgasmo femenino, que me impactó, pues mirándola a los ojos,
pensé que se moría.
En cuanto podíamos, nos encamábamos y las risas
y los toqueteos, terminaban en jadeos y abrazos que duraban siestas
enteras.
Algo se olió mi madre, porque nos prohibió los juegos en la
cama.
Desde entonces me hice un chico raro, no salía, suspendía,
no quería ir al pueblo y aprovechábamos
todos los momentos para besarnos, acariciarnos y jurarnos fidelidad.
Y no fue hasta la muerte de mi madre, cuando compramos un
dormitorio grande para nosotros, dejábamos abierta la puerta y nos perseguíamos
por toda la casa, desnudos, riendo sin parar.
Yo estoy soltero, no por mi madre sino por ella.
Enredando mi dedo en su vello púbico, le propuse matrimonio.
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