Chincha rabiña
Su cara, con la boquita abierta
y las negras oquedades, le produjo más miedo todavía, le bajó los pantalones y
consiguió desencajar las piernas, recibiendo un latigazo de la goma que colgaba
de una de ellas.
Lloró de dolor y abriendo la ropa por la espalda arrancó el
tambor que al girarlo gritaba con una voz estridente, te quiero, te quiero.
Le
clavó unas tijeras y enmudeció.
El cadáver desmembrado quedó en
el suelo.
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