NOCHE DE BODAS.
El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. El golpe que propinó a la mujer que llevaba en brazos contra las jambas, en la cabeza y en los tobillos, fue de tal intensidad que retrocedieron dos o tres pasos y se dieron contra la pared del otro lado del pasillo, cayendo en una maraña de brazos, piernas, el traje de novia hecho un revoltillo y clavándose el comandante en sus partes la empuñadura de la espada ropera.
El morrión al dar en el dintel de la puerta salió despedido y rodando por la escalera llegó al hall del Hotel donde iban a consumar el matrimonio que había concelebrado el Capellán de la Guardia.
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