Llegué a la ferrería de Compludo con el almuerzo para los hombres.
Estaba oscuro y por delante del resplandor del fuego, se dibujaba la silueta de mi macho, sudoroso, al verme dejó de echar paletadas de hierro. Me acerqué y me abrazó enterrándome la cabeza en su pecho, nos besamos y sería el calor, nos pusimos verracos, se bajó el pantalón y cogiéndome en vilo, me penetró.
Al fondo, un compañero, movió los chimbos y dejó caer el agua sobre los álabes de la rueda y el mazo empezó a golpear con furia, acompañando el ruido a nuestras embestidas, me apoyó sobre el bancal y seguimos pon, pon, pon, pon, pon, mientras la escoria salpicaba de luz nuestros cuerpos.
Llegué a la ferrería de Compludo con el almuerzo para los hombres.
Estaba oscuro y por delante del resplandor del fuego, se dibujaba la silueta de mi macho, sudoroso, al verme dejó de echar paletadas de hierro. Me acerqué y me abrazó enterrándome la cabeza en su pecho, nos besamos y sería el calor, nos pusimos verracos, se bajó el pantalón y cogiéndome en vilo, me penetró.