ENVIDIA COCHINA
Pesaban muy poco pero aplastaban
sueños, todas las noches igual, susurros casi inaudibles, música suave que
enervaba y que me tenía en vigilia durante mucho tiempo.
Había subido en el ascensor con
ellos alguna vez y eran muy bajitos, mi marido se mofaba, pero en la oscuridad,
mientras el mostrenco roncaba y hacía pompitas, los de arriba disfrutaban.
Nada
que ver con los pocos y torpes embates que muy de vez en cuando, se permitía
sin ningún preámbulo, ni delicadeza y que
siempre, me dejaban in albis.
Saqué el vibrador de la mesilla,
lo encendí y me lo introduje.
-
Mujer, el zumbido, es la hora.
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