Aquel verano mis padres me mandaron al pueblo con
los abuelos. Tanta
naturaleza me deprimía.
Pero esa sensación desapareció
cuando llegó Julián. El muchacho flacucho,
lleno de mocos, con la ropa
manchada de barro, que yo recordaba había pasado
de patito feo a
cisne.
Enseguida nos hicimos buenos amigos. Pasábamos los días paseando con
la
bici, nadando en el lago solitario… descubriendo nuestros cuerpos al
abrigo de lugares recónditos.
Aquel verano de flores tristes y pozo seco bajo
el cielo abrasador fue cuando
conocí el amor. Desde las altas torres se
contemplaba un paisaje
desolado por la sequía, mas mi lengua se perdía en
húmedos besos cada
atardecer junto al muro encalado del campanario. Cuando el
sol se escondía
jugábamos a ser mayores en un escenario envuelto en
estrellas, disfrazados
de la inocencia perdida que juntos nos abrazaba.
Y
fue aquel verano, después de San Roque, cuando Julián, antes de subir a la
camioneta que le llevaba a la mili, me besó, me dijo adiós y nada más.
Esa
tarde en la ermita lloré, sola y acompañada del coro de chicharras
que
comentaban jocosas, como Julián, también estuvo con otra.
Al final del
verano, al entrar en casa mi madre me miró y sin decirme nada supo que había
llorado.
Me gusta mucho, ¡qué digo mucho!, muchísssssimo este relato tuyo.
Felicidades. Un abrazo.
Si de esta no te premian, te premiamos nosotr@s. Nada, seguro que va a estar arriba. Eso deseo. Un abrazo, maestro.
Suerte.
Besicos muchos.