LA NOVIA CADÁVER
De entre las páginas
del libro de anatomía, el profesor sacó mi ficha y me encaminé con el bedel y tres compañeros más al arcón de
mármol donde estaban los muertos en formol.
El líquido ambarino, turbio, dejaba entrever varios cuerpos y al
estar mojados costaba sacarlos, yo cogí la cabeza y al reconocerla, la solté,
golpeando los otros cadáveres.
Mi otrora novia, guapa, aunque hoy, las suturas de la cabeza y
cuerpo la afeaban, me miraba. La
depositamos en la mesa de autopsias y el formol se iba por los sumideros,
el olor no.
Una cicatriz bordeaba
el nacimiento del pelo y otra más grande su abdomen y tórax.
Ese pecho, que tantas veces había acariciado, ahora
amarillento y húmedo, ese vello púbico,
ralo y pegado, con el que me gustaba enredar mi dedo, durante aquellas tardes de verano.
Tirando de los hilos
gruesos, el abdomen se abrió como una granada madura. El profesor con un
estilete nos señaló el útero cortado sagitalmente, con un embrión. Se suicidó,
nos explicó y donó su cuerpo por si se
encontraba con el futuro estudiante de medicina y enseñarle a su hijo.
Me desmayé, golpeándome en la nuca, ahora estoy en
Toledo.
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