ODESSA
En el patio, un montón de músicos con pijamas a rayas, que a
duras penas pueden con los instrumentos, interpretan la cabalgata de las
Walkirias.
Apoyado en el alféizar, sin guerrera, un SS observa
complacido como un suboficial se acerca al portador del trombón que ha caído de
rodillas y le da una patada.
Remata con un tiro de la luger.
Mientras, una columna de ancianos, mujeres y niños se
dirigen al barracón con chimenea.
Fatigado, enciende un cigarro con su mechero de oro y se da
la vuelta.
Soltero, sádico y homosexual, se dirige al preso que yace
desnudo en el suelo.
Lamenta que no haya aguantado la tortura, la sangre encharca
el despacho.
Siente que su tiempo se está acabando, la guerra se está
perdiendo.
Dobla la campana de Dachau, la música enmudece y un clamor
se eleva hasta sus oídos.
Se acerca a la ventana, en el patio, presos y guardianes
luchan a muerte, los disparos y ráfagas crean el caos. La abre y oye, Hitler ha
muerto, Hitler ha muerto.
Corre hacia el teléfono, le da a la manivela, saca una
carterita del bolsillo del pantalón, se ajusta el monóculo, marca, espera y
dice:
¿Odessa?
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